La primavera

El protagonista del cuento ha perdido la primavera. No sabe si resbaló de su bolsillo en plena carrera, o se hundió en la nieve del invierno o entre las  hojas bochincheras del otoño. Mira y mira a su alrededor, pero no la encuentra. Por eso la maestra estira sus ojos, sus manos, el cuerpo entero, al narrar la historia. Revisa bajo la mesa chica, detrás de las cortinas azules, entre las mochilas colgadas o las zapatillas de Miguel, que anda medio distraído y no presta mucha atención al cuento. Pero todos los chicos se ríen y gritan que no, que ahí no está la primavera.
En el libro, el protagonista recibe ayuda de amigos que van surgiendo en el camino. Hormigas que endulzan el paisaje con azúcar robada en las cocinas. Orugas que apuran su paso a mariposa, para sumar color. Coquetas flores urgidas en mostrarse por los bordes del camino. Y algunos pájaros que retocan las brújulas o los GPS. De esa forma orientan (y aceleran) el arribo de las tardes largas, los vientos cálidos y el escuadrón imprescindible de insectos primaverales.
Catalina escucha, ríe y arma un plan. Pedirá el cuento prestado para llevar a su casa. Y cuando empiecen los gritos y los golpes correrá a esconderse debajo de la escalera. Sabe que ahí no hay luz suficiente para ver las imágenes del libro, pero no importa. Imagina que abrazándolo fuerte fuerte, tal vez surjan amigos nuevos dispuestos a ayudarla a construir la primavera.

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