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Mostrando entradas de febrero, 2022

El personaje

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El actor se maquilla y el personaje sonríe. Aplica un poco más de blanco, repasa los labios, acentúa las líneas. El cosquilleo en el estómago se va transformando en nudo, luego en retorcijón. Un vasito para pasar los nervios, piensa y toma dos, tres, cuatro. Ahora le pesan los ojos.  Cuando llaman a escena el personaje se presenta. Proyecta la voz, se mueve en diferentes planos, comprenden sus expresiones en la fila cuarenta. Se luce y por eso el público aplaude. Hace una reverencia sobreactuada y un agradecimiento sincero. Pero sólo uno. Entonces desaparece. No puede quedarse para el segundo saludo, debe correr al camarín antes que el actor despierte. 

ventana de tiza

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  Mateo usa tizas de colores para dibujar una ventana sobre la pared de su pieza. En ella garabatea una plaza con árboles y juegos. Con hamacas, porque es lo que más le gusta. Con un tobogán enorme y un pasamanos bajito, para que no sea tan difícil. Termina y sale a disfrutar lo dibujado. La sombra fresca de los árboles, la posibilidad de repetir y repetir su paso por los juegos.  Otro día pinta un mar azul-celeste-blanco. Con espuma suave en la costa y oleaje alto detrás. Con barcos que pasan muy lejos, pegados al cielo sin nubes. Él se mete en la orillita porque mucho no sabe nadar y casi siempre olvida dibujar salvavidas. Se moja hasta la cintura y, de tanto en tanto, hunde la cabeza (como alguna vez le enseñó mamá). También le gusta hacerse milanesa, construir castillos sin balde y abrir canales para que transite el agua salada. Después se sacude la arena y vuelve a entrar a su pieza.  Los días que está triste marca estrellas en un cielo nocturno. Gasta la tiza blanca inventando co

Mirada

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  Hablar con los ojos a falta de palabras. Mirar hasta agotar el discurso. Intentarlo, por lo menos. Contemplarte como sombra larga, como cristal, como espejo. Saborearte, entre pestañeo y pestañeo… Ella probó con sonidos torcidos que nadie comprendía. Provocaba risas. Señaló sus afectos, buscó su costado, levantó los brazos (porque inevitablemente se hallaban más alto). Abrió y cerró sus manos, como si un imán humano pudiera atraer a quienes más quería. Pero no resultó bien. Los otros, esos otros allá arriba, no entendían. Cuando aprendió a escribir y a expresar con diccionario sus sentimientos, ya no estabas aquí para leerla. Pero debés saber que redactaba cartas a tu nombre y las guardaba, luego, en un cajón. Como si fuera un buzón del que vos pudieras retirar los mensajes.  Te quiero, dijo y no lo dijo mientras te miraba. Te acarició con los ojos y encerró el infinito en un instante. Entonces alguien sacó una foto cargada de palabras.

vas esperando

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Durante el viaje habla con el cielo. Le pide prudencia a la lluvia, piedad al sol, madurez al viento. Descifra nubes rosadas en medio de un mar de lava, hacia el final de la tarde. Después cuenta estrellas. Lee como diario de ayer lo que va acumulando en el espejo retrovisor. Entiende las tormentas que, en el frente, se dibujan a lápiz y se esfuman con el dedo. Por eso sabe cómo estará el tiempo en la ruta, antes de doblar o cruzar el peaje. No le asombra que el cielo pregunte: ¿Dónde vas? ¿Con quién? ¿Hasta cuándo? No le llama la atención que cuestione, que retruque: ¿Cuál es el propósito? ¿Cómo crees que saldrá? ¿Qué vas esperando? No le miente al contestar, sería inútil. De vez en cuando se evade. Silencia frases por vergüenza, también por desconocimiento. A veces, simplemente, ignora la respuesta. En el horizonte, el cielo promete cercanía. Allá, donde el camino se pierde. Cuando llegues, hablamos, dice. Y usa la misma frase que lo expulsó hace unos días. Toma la bifurcación, el ca