vas esperando

Durante el viaje habla con el cielo. Le pide prudencia a la lluvia, piedad al sol, madurez al viento. Descifra nubes rosadas en medio de un mar de lava, hacia el final de la tarde. Después cuenta estrellas. Lee como diario de ayer lo que va acumulando en el espejo retrovisor. Entiende las tormentas que, en el frente, se dibujan a lápiz y se esfuman con el dedo. Por eso sabe cómo estará el tiempo en la ruta, antes de doblar o cruzar el peaje.

No le asombra que el cielo pregunte: ¿Dónde vas? ¿Con quién? ¿Hasta cuándo? No le llama la atención que cuestione, que retruque: ¿Cuál es el propósito? ¿Cómo crees que saldrá? ¿Qué vas esperando? No le miente al contestar, sería inútil. De vez en cuando se evade. Silencia frases por vergüenza, también por desconocimiento. A veces, simplemente, ignora la respuesta.

En el horizonte, el cielo promete cercanía. Allá, donde el camino se pierde. Cuando llegues, hablamos, dice. Y usa la misma frase que lo expulsó hace unos días. Toma la bifurcación, el carril lateral, la calzada resbaladiza, el desvío. Sigue en huída. 

Pero hay cielo preguntón en cada punto cardinal. Celeste, amarillo pastel, negro salpicado. Es el techo de un viaje sin salida.



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