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Mostrando entradas de mayo, 2021

ropa azul

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  Se agita el oleaje azul en el tendedero. Remeras, manteles, pantalones, calzoncillos. El viento hace lo suyo: seca. Pero en el trayecto sacude y navega. Hay un mar de ropa que invita, que hace vibrar los broches, que quiere levantar vuelo. Por eso Ivan acepta. Hace meses que sueña con una travesía.  Aparecen puertos, ya que no existen océanos que florezcan lejos de la orilla. Tiburones aparecen, porque el peligro estimula la imaginación y estira la trama. Triunfos se requieren, pues resulta imprescindible permanecer con vida.  Ivan busca una isla, un tesoro pirata, un mapa con pistas. Su nave encalla y la tripulación huye. De pronto es un róbinson en tierra. Habita cabañas de sábanas, frota broches para encender fuego, se alimenta sobre un balde boca abajo que oficia de mesa.  Ivan sobrevive la soledad de una isla que no existe, dentro de la soledad de una cuarentena que persiste. Y ni siquiera está Viernes, para hacer más llevaderos los días.

Raul redondo

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A Raul le gustan las rondas, los juegos circulares y tirar el trompo sobre suelo plano. Ama las calesitas. Le encanta ver cómo mamá desaparece y aparece intacta, un rato después. Se detiene ante las bolas de espejos que ofrecen algunos negocios y una vez fue incapaz de seguir caminando hasta perder de vista un camión mezclador.  Cumple cinco años cada febrero y siempre pide el mismo cuento antes de ir a dormir. Sobre un oso blanco que se transforma en nube para recorrer el mundo. Hasta que la lejanía y la nostalgia lo hacen querer volver a su cueva, buscando una reparadora hibernación. Desayuna tres tostadas, inaugura la primavera con su remera azul de mangas cortas, los jueves de verduras hace lío para comer, nunca llega a los pedales de la bicicleta y puede reconocer el otoño, ya que debe ponerse saco antes de salir.  Una noche soñó con un punto de fuga, una avenida larga que no tenía fin y una calesita que se convertía en tren. Las cosas que veía en su pesadilla no volvían a aparece

ESTATUA

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Lo de permanecer quieta es lo de menos, hay cosas peores en el oficio de ser estatua.  Conocida es la labor de las palomas, pues su mala prensa las precede. El viento, la lluvia, el granizo, por otra parte, se limitan a cumplir funciones. Y el efecto corrosivo del progreso es un derivado ya sabido del apetito humano. Pero no hablo de eso. Tampoco de los cambios de gobierno que las llevan, las traen, las esconden o las pulen para renovarles el brillo. Ni siquiera me refiero a los derribos que a veces la historia provoca con sus deconstrucciones.  Ser estatua no es trabajo sencillo. Soportan nidos, burlas, pequeños imitadores. Avenidas, subterráneos, carteles, pintadas con aerosoles. Placas que desaparecen llevándose su biografía, para ser fundidas por enemigos políticos o hambrientos ladrones.  Lo peor es soportar estoicamente la guerra del tiempo y despertar un día con el mote de “adorno”, pues ya nadie es capaz de recordar su nombre.   

siete minutos

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  Ella camina detrás de ella, lo cual explica su facilidad para tropezar. Siete minutos detrás, va el cuerpo. Cuando ella recién dobla la esquina, ella ya se ha tomado el colectivo. Está desempañando la ventanilla para no perder de vista los carteles de la calle y aligera los zapatos que ajustan en los talones. Por eso, en la parada, estira la mano al paso de un camión de la basura, pierde su lugar en la fila y es incapaz de dar la hora cuando le preguntan. Finalmente se apoya mal en un peldaño del colectivo y tropieza, provocando así, el encuentro entre ella y ella. Entonces se sacuden el polvo y la vergüenza, mientras descubren que aún no han pagado el boleto. Todavía les falta tomar asiento, limpiar la ventanilla y aflojarse los zapatos.  Ella encuentra conversaciones empezadas, trámites a medio hacer, películas en desarrollo y disputas acaloradas. Va seiscientos sesenta y cinco pasos detrás. Lo cual explica sus repentinos aires de sorpresa, sus preguntas repetidas, sus disculpas de