siete minutos

 Ella camina detrás de ella, lo cual explica su facilidad para tropezar.

Siete minutos detrás, va el cuerpo. Cuando ella recién dobla la esquina, ella ya se ha tomado el colectivo. Está desempañando la ventanilla para no perder de vista los carteles de la calle y aligera los zapatos que ajustan en los talones. Por eso, en la parada, estira la mano al paso de un camión de la basura, pierde su lugar en la fila y es incapaz de dar la hora cuando le preguntan. Finalmente se apoya mal en un peldaño del colectivo y tropieza, provocando así, el encuentro entre ella y ella. Entonces se sacuden el polvo y la vergüenza, mientras descubren que aún no han pagado el boleto. Todavía les falta tomar asiento, limpiar la ventanilla y aflojarse los zapatos. 

Ella encuentra conversaciones empezadas, trámites a medio hacer, películas en desarrollo y disputas acaloradas. Va seiscientos sesenta y cinco pasos detrás. Lo cual explica sus repentinos aires de sorpresa, sus preguntas repetidas, sus disculpas desganadas. Lejos de mi está querer justificarla, aunque tal vez el jurado aprecie el detalle de su andar en diferido. Para cuando ella se topó con ella, estaba todo definido.  


Por eso el día del accidente demoró en sentir dolor. Deshizo los pasos y volvió al lugar de los hechos para descubrir (siete minutos después) que sobre el asfalto estaba su cuerpo.



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