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Mostrando entradas de septiembre, 2020

La Chacha

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Vista de afuera parece una vieja. Rezongona a ratos, chinchuda siempre. “Confunde”, dicen, cuando vecindea con muertos y ausentes. El resto del tiempo mira hacia los Llanos, como quien espera ver venir. Fue expulsada de la Historia con el mismo impulso que su hombre abandonó el cuerpo. No tuvo más opciones él: separaron cabeza de tronco, tronco de suelo. No tuvo más opciones ella: con grilletes la hicieron barrer las migas federales que aún quedaban en el norte. Después ya no hubo razones. Para ella, digo. Ya no hubo. Se vistió de vieja enojona, sólo para evitar las miradas. Porque cuando no hay testigos se quita la piel arrugada, el manto que cubre la herida en su cara. Se quita los trajes que le dejaron, la mortaja y monta en cuero sobre un caballo desnudo. Da órdenes a los gritos y reúne una montonera, salva al Chacho de alguna embestida traicionera. Y se van juntos a celebrar por esos recodos que sólo ellos conocen. Un día de estos se le va olvidar volver y alguien enterrará su dis

Metáfora

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“La pluma venció a la espada”, dijo la maestra y él ya no escuchó el resto. Se quedó pensando en la forma de esa pluma. La creó de metal, con filos finísimos a ambos lados capaces de lastimar como estrella ninja. Pero esa imagen no le gustó: parecía el peine que usa la abuela para sacarle los piojos. Entonces pensó que estaría construida con tecnología espacial: un material resistente, aunque liguero, eficiente al momento de quebrar el borde de una espada. También podía ser que la pluma contara con un sistema de descarga eléctrica que al ponerse en contacto con el metal de la espada, se trasmitiera directamente al cuerpo del oponente, fulminándolo. ¡Impecable! Volvió a relacionarse con el mundo exterior justo cuando el acto terminaba y ellos avanzaban, en fila, hacia las aulas. “Debió ser una pluma super poderosa”, comentó con Katy, porque era la que estaba más cerca. Ella lo miró desde lo alto con cierto asombro. No es que fuera pedante o soberbia, sólo era diez centímetros más alta q

Casa blanca

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 “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, dice Ilsa Lund mientras ella le aprieta la mano en el fondo del cine. Ya han visto la película, alguna que otra vez, en la televisión, pero no hay nada como la pantalla grande para entender mejor la trama. Vuelven de noche a su casa blanca. Hubieran preferido quedarse en un bar, comer algo caliente y comentar la casualidad o la causalidad que mueve la vida de aquellos seres en blanco y negro. Pero su propia gestapo ha puesto toque de queda y no buscan llamar la atención. Caminan apurados. Él, sobre todo. No es miedo, apenas urgencia por llegar al baño. Hace frío y la luz rota de la esquina oscurece la entrada. “No estaba así ayer”, piensa ella y le parece ver que la cortina se mueve en el interior de la casa blanca. Cuando él saca la llave de su bolsillo, ella le aprieta la mano. No hay nada como un plano grande para entender mejor la trama. Ya es tarde, de cualquier modo. Está el ejército esperándolos dentro.  En los segundos previos

Un retazo de tiempo ignorante

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Era chica y estaba frente aquella línea de tiempo. Historia Universal decía. No lo recuerdo, en realidad, pero sin dudas algo así decía. Guerras, pestes, crisis, cambios de gobierno. Esas cosas llaman la atención de los historiadores. Yo buscaba con el dedo un tiempo libre. Calculaba un período lo suficientemente extenso para instalar una vida entre dos conflictos. Y sólo encontraba breves, brevísimos espacios en la línea. Había escuchado el cuento del príncipe feliz. Aquel que fue ignorante a cualquier tipo de sufrimiento en vida. Sólo al ser la estatua de la plaza descubrió la pobreza, el dolor, la ausencia y el hambre. Yo buscaba con el dedo un recorte feliz en una línea de tiempo. No quería entender la moraleja, sólo quería un retazo de tiempo ignorante. Tan ancho y largo como para acomodar una vida sin guerras y sin hambre.