Casa blanca
“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, dice Ilsa Lund mientras ella le aprieta la mano en el fondo del cine. Ya han visto la película, alguna que otra vez, en la televisión, pero no hay nada como la pantalla grande para entender mejor la trama.
Caminan apurados. Él, sobre todo. No es miedo, apenas urgencia por llegar al baño. Hace frío y la luz rota de la esquina oscurece la entrada. “No estaba así ayer”, piensa ella y le parece ver que la cortina se mueve en el interior de la casa blanca. Cuando él saca la llave de su bolsillo, ella le aprieta la mano. No hay nada como un plano grande para entender mejor la trama.
Ya es tarde, de cualquier modo. Está el ejército esperándolos dentro.
En los segundos previos a que el final se desencadene, ellos intercambian miradas. Dan y reciben todo el amor del mundo. No se prometen nada, no hay tiempo. Sólo tienen aire suficiente para rezar un nombre, pronunciar una consigna o pensar: “Siempre nos quedará París”.
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