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Mostrando entradas de agosto, 2021

La moneda

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Tira la moneda al aire y la espera con la mano abierta. Si sale cara tomará una decisión, si sale cruz, será otra. Nada es más liberador que dejar la responsabilidad del destino a un objeto inanimado. Pero la moneda gana mayor altura de lo esperado. Choca con un adorno exageradamente largo de la lámpara y tuerce su trayectoria. Aterriza en el piso y empieza a correr por el surco que separa las baldosas. Se mete debajo de un mueble y se estrella contra el zócalo. Imposible percibir, desde tan lejos, si es cara o cruz lo que toca. Es necesario mover el mueble. Pesa y por eso ejerce mucha fuerza. Demasiado. No para la cómoda de algarrobo, pero sí para todos los objetos que están encima. Vuela el cenicero repleto de veinticinco centavos. Ahora que ha logrado separar el armatostes de la pared, el piso está atestado de caras y cruces.  Una moneda rueda hacia el baño. “Esa debe ser la que marca el destino”, piensa y la sigue. Pero no será ella quien indique lo que debe hacerse mañana. Se tamb

telefonos

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A ntes los teléfonos se ligaban. De vez en cuando, raras veces, es cierto. Por mal tiempo, mal servicio o malas intenciones. Aunque se marcaran bien los números, sin errar uno, era posible no llegar a destino. Preguntaba, entonces, por Fernando y respondía Raquel. Una mujer de tono herido y palabras urgidas, buscando una farmacia de turno. A hora los teléfonos te siguen, te acechan. Inventan cosas para que no puedas dejar de mirarlos. Llaman automáticamente y, a veces, automáticamente se equivocan. Los desconocidos que atiendo sólo hablan de ofertas. Por eso corto sin producir sonido, temo que cualquier respuesta comience a generar una deuda.  A ún en el colectivo suenan. Y están los que cuelgan, los que atienden, los que en voz alta cuentan. A mi me gusta sentarme junto a la ventanilla para observar a las personas que van del lado de afuera. Imaginar que llegan tarde para siempre o son felices un par de segundos. Busco rostros conocidos, parecidos, levemente absurdos. Tal vez alguien

mientras

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Ella hace poesía mientras espera. No en la servilleta de una cita malograda, no en la reflexión contemplativa de un paisaje. Ella acumula tiempos breves. Tiene el número veintidós y en el tablero no han llegado a las dos cifras. Escribe mientras atienden a su hijo, mientras hierven los fideos, mientras la ducha, o el sueño, están en posesión de otros. Enhebra palabras en la parada del colectivo, en los silencios laborales, en los diálogos mecánicos, en los ascensores con música. Antes de cerrar los ojos, agotada, rima dos o tres ideas que prolongarán sus sueños. Él no pide turnos, no hace cola, no espera, no condimenta, no consuela, no mide en la pared cómo pasa el tiempo de sus hijos. Él es hombre y por eso escribe novelas.

Encauzar el llanto

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En tiempo de tutoriales, tips y “hágalo usted mismo”, vaya un consejo concreto para dolores abstractos. Se sugiere encauzar el llanto por canales lacerantes pero conocidos, a fin de agotar la instancia del goteo más temprano que tarde.  Ante un signo profundo de tristeza (originado, pongamos el caso, en amores malos, fe perdida, vacantes a corto plazo o ausencias definitivas), opere de la siguiente manera: busque una vieja película lúgubre, un libro cruel o una anécdota punzante. Una historia escrita con el dedo regodeándose en la llaga podrida. Una excusa, en definitiva, para llorar sin reglamentos, sin modestia, con causa socialmente admitida. Y derramar, entonces, la humedad que se atora en los huesos, romper los diques que construye la prudencia y desbarrancar los mocos que siempre quedan fuera del rodaje. Hasta crear ríos salobres y reponer el agua faltante en los heridos mares. Sólo de esta forma se podrá amanecer con la piel reseca, los ojos abotargados y la fe necesaria para ap