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Mostrando entradas de mayo, 2022

Benicio

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No habían recaudado mucha información sobre la Tierra, por eso equivocaron el día del arribo. Los viajeros del planeta Venus pasaron siglos planificando la visita a sus vecinos terrestres, pero justo en el momento en el que la nave apoyó sus patas en suelo humano, éstos se hallaban mirando la tele. Resulta que se jugaba la final mundial de fútbol, y en el barrio estaban todos pendiente de las pantallas. Sólo Benicio cruzaba el descampado, pues lo habían mandado de Doña Marta para que trajera las empanadas. Él les dio la bienvenida lo mejor que pudo. Los invitó a sentarse en el pasto, habló en neutro como si fuera un dibujo animado y contestó todas sus preguntas. Eso sí, no les convidó ni una empanada porque si llegaba con la canasta vacía, se le armaba flor de lío en casa. Los viajeros eran investigadores interesados en conocer aquellas características que definen a la especie humana, o algo así. Por eso dejaron que Benicio les contara: “La tierra no es roja en todas partes, pero tam

El cuerpo

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Hablan de él en tercera persona, y es correcto. Pero lo hacen como si no perteneciera a una persona. Marcan con fibra por dónde cortarán. Aquí, dice un doctor. Acá, señala una enfermera. Es como una peca, explica la especialista que tatúa una señal, donde más tarde irá el rayo. Es como una picadura, miente el practicante que aún no controla el temblor de sus manos.  Hablan encima el cuerpo, como si fuera un lugar donde apoyar los codos para desarrollar una charla de sobremesa. Cuentan su vida, sus quejas, sus deudas, el tiempo fugaz que la ocupación les deja. A veces, efectivamente, apoyan un codo, un escalpelo, una tijera. Tocan con un dedo, con dos, con cuatro. Aplastan, empujan, miden, aprietan, estiran. Avisan, se disculpan, también están los que explican. Pero el cuerpo sigue siendo de plástico. Ajeno, distante, poco humano. Curan, dicen y es correcto. Pero lo hacen como si la envoltura pudiera prescindir de la persona que está dentro.  

En el medio

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Me acostaba en el medio de la cama grande, entre mamá y papá. Porque el tiempo de mirar tele era divertido, el espacio de ser tres era bueno, el momento de estar juntos, a veces, resultaba breve. Sentir el roce en mis brazos, en uno y otro, de una y otro, era el nivel máximo de seguridad. Nada malo podía pasarme ahí. Por eso, casi siempre, me quedaba dormida. Al crecer fui achicándome en el espacio. En la mitad de la cama, digo. Cómo si me hiciera más larga y más fina. Ya no me gustaba tocarlos con el brazo. Sentía que podían adivinar mis pensamientos con el tacto. Y no quería que supieran que estaba creciendo, y mis intereses iban diversificándose. Para inculcarles el hábito de la siesta me acostaba en el medio, entre mi hija y mi hijo. En la cama grande. Contábamos cuentos con muñecos, con palabras al azar, con recuerdos. Sentir el roce en mis brazos, en uno y otro, de una y otro, era el nivel máximo de felicidad. Nada malo podía pasarnos ahí. Tal vez por eso, finalmente, nos quedába

mala

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Soy mala. Es lo que mejor me sale. Lo que resulta incompatible con mi alto nivel de maldad, es mi alto nivel de culpa. Así no se puede. Es incongruente pinchar la pelota que un niño dejó caer accidentalmente en mi patio, para luego llorar desconsoladamente y salir a comprarle una pelota mucho mejor. No había un villano así en las historietas que leía de pequeña. Crecí pensando que los malos eran malos y los buenos, buenos. Entonces soy un nuevo tipo de villano. En mi escudo llevo un cuchillo y una curita. Lastimo y reparo. Invento el daño y luego lo curo. Voy creando, en definitiva, costras, cascaritas.  No dejo huellas (se ve), sino cicatrices.

Imágenes de plástico

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Le tiró los negativos por la ventana. No la ropa, no la guitarra. Como si hubiera empezado por el principio: arrojando los recuerdos más antiguos. Sobres de papel e imágenes de plástico.  Una lluvia biográfica en medio del centro. A la vista curiosa de oficinistas, paseadores de perros, crotos y vecinos. Algún adolescente, también, preguntando (preguntándose) para qué sirve un negativo. Todos quieren un souvenir del evento. Como un regalo del cielo, (del cielo del sexto piso). Ex parejas, ex amigos y esos parientes que sólo aparecen en las fotos. Todos, estrellados contra el pavimento. Allá el viaje de egresados, los actos de primaria, el bautismo. Acá la imagen de papá cuando aún era soltero y otra del abuelo, cuando sólo era papá. Se pueden pisar esos contornos marrones, traslúcidos. Se pueden esquivar para pasar. Se pueden juntar sin siquiera saber si la figura que se ve se llama Jimena, Marcos, Miguel, Alberto o María Laura Reyes Torres. Para cuando llegue el dueño de las fotos, po