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Mostrando entradas de julio, 2021

medias

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Destiende y tiende la cama. Repite la operación porque duda. Duda de la duda y le baja la autoestima, entonces vuelve a empezar. Se acostó con dos medias y ahora sólo halla una. Mira por debajo de los muebles, en los laterales, en las alturas. Delira y se asoma por la ventana. “No puede ser”, se dice. Pero se asoma nuevamente.  Mientras tanto, en otro lugar, una persona hace girar por octava vez el tambor del lavarropas. Nada cae. Se asoma a ras del suelo, al filo de la pared, al borde de la locura. La media ha sido tragada y digerida, pues ya no aparece. La escena se repite indefinidamente. El que cuenta y recuenta la ropa colgada y nota la ausencia. La que da vuelta los cajones. Los que deshilachan la rutina a fin de notar el momento exacto de la fuga. Las que llaman al nueve once con una media sin par en la mano. Dicen los que dicen que en el purgatorio te hacen esperar. Una vieja técnica para ablandar los ánimos. Repensar en el pasado y poner en la balanza lo que se quiso hacer y l

De agua

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De espalda. Desnudo. Dormido. Lo reconozco apenas. Apoyo mi mano en su cuerpo líquido, no flota y la pierdo de vista. Se hunde más allá de la muñeca. Me mojo hasta el codo. Retiro el brazo. Me alejo. Los dedos gotean sobre el piso que conduce a la puerta. Lo miro al salir: dormido, desnudo, de espalda. Más tarde ha de llegar aquella, que también es de agua, y que sólo viene, a veces, para hacerle el amor.

Nombre

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 Salta desde su mesa y trepa sobre el pequeño armario del aula. Luego pasa a la estantería, se para en la más alta y vacía. Su peso de cuarto grado todavía es soportable para la repisa, aunque se abomba con cada paso que da. Eso desespera más a la maestra, que le grita, y hace reír a sus compañeros, que sólo perciben los ademanes sobreactuados de equilibrista torpe.  Entran la vicedirectora, el portero, la bibliotecaria. Los trajo el ruido, los alaridos pidiendo que se baje, las risas fuera de recreo. “¿Quién es?”, pregunta una de las recién llegadas. Otra se encoge de hombros. “Se sienta en el fondo”, dice un alumno en el frente. “Es el repetidor”, agrega una chica. “Nunca hace nada”, sentencia el tercero en opinar.  La maestra debe buscar al equilibrista en el listado. Duda y mira: “este es aquel, este es ese, y este…”. Entonces aúlla un nombre mientras mueve la mano desde las alturas al piso. La orden es clara, contundente, reiterativa. El aprendiz de acróbata detiene su acto, se si

Antonio Jadizo

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El señor Antonio Jadizo duerme la siesta a la noche, pegadita al sueño largo, porque dice que así le rinde más. Desayuna a media tarde y almuerza con los primeros rayos del sol. Se viste de domingo cada lunes y pasea en horarios laborales, para ser el primero (y el único) en llegar a la oficina, un feriado a las seis de la mañana. Se toma el colectivo que no corresponde, con el único objetivo de protestar frente al chofer “que lo ha llevado a cualquier parte”. Entra a los lugares por la salida y jamás respeta el sentido obligatorio de una calle (menos mal que es peatón). El señor Antonio Jadizo cambia la hora en los relojes y la fecha en los calendarios, por eso nunca llega a donde lo esperan. Desobedece los carteles informativos, aunque no los de peligro (porque es contrera, pero tampoco tanto). Usa el zapato zurdo en el pie derecho y se abriga en pleno verano, pues dice que nadie manejará sus estaciones. Corre cuando todos caminan, opina en los minutos de silencio, se desdice si muc

Movida

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Es viento, por eso sale movida  en todas las fotos.  A veces torbellino,  a veces brisa suave.  Cosquillea con preguntas, con demandas, congela. Recorre, se cuela por donde nadie cabe. Resulta dificil seguirla con el dedo, conducir su vuelo o cascabel atarle.  Ella avanza  como si tarde ya fuera, sin andar cobarde sin tiempo de espera.  Por donde pasa despeina.

Un ancho segundo

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  Ella tiene su nombre escrito en el flanco izquierdo. Él muestra su documento para certificar la propiedad de la tarjeta de débito. No hay modo de argumentar desconocimiento. Pero aún así lo hacen.  Treinta y dos años atrás caminaban juntos por la peatonal. Miraban vidrieras y fantaseaban compras. En dieciséis meses llegarían a la mayoría de edad (que por aquellos tiempos se daba a los veintiuno), y entonces podrían firmar el acta de matrimonio. Sin pedir autorización, ni permiso, ni perdón.  Después vino la convivencia, los turnos incumplidos de limpieza, la estética del desorden o el desorden de la estética. La geografía de los sueños que separa las ganas de ir, del impulso por quedarse. La ciudad que promete más de lo que cumple. Los falsos cumplidos que estiran el ego hasta deformar a una personas. Él se hizo adulto en su pueblo, ella se fue a la Capital para festejar sus veintiuno.   “De todos los supermercados del mundo, él tuvo que entrar justo al mío”, piensa ella y sonríe deb