Antonio Jadizo

El señor Antonio Jadizo duerme la siesta a la noche, pegadita al sueño largo, porque dice que así le rinde más. Desayuna a media tarde y almuerza con los primeros rayos del sol. Se viste de domingo cada lunes y pasea en horarios laborales, para ser el primero (y el único) en llegar a la oficina, un feriado a las seis de la mañana. Se toma el colectivo que no corresponde, con el único objetivo de protestar frente al chofer “que lo ha llevado a cualquier parte”. Entra a los lugares por la salida y jamás respeta el sentido obligatorio de una calle (menos mal que es peatón). El señor Antonio Jadizo cambia la hora en los relojes y la fecha en los calendarios, por eso nunca llega a donde lo esperan. Desobedece los carteles informativos, aunque no los de peligro (porque es contrera, pero tampoco tanto). Usa el zapato zurdo en el pie derecho y se abriga en pleno verano, pues dice que nadie manejará sus estaciones. Corre cuando todos caminan, opina en los minutos de silencio, se desdice si muchos están de acuerdo y festeja los goles que no hace su equipo. Los amigos del señor Antonio Jadizo jamás lo invitan a salir, ni lo esperan en las reuniones, ni lo llaman en los cumpleaños. Saben que él llegará solo, cuando tenga ganas y su almanaque indique algún aniversario, conmemoración o, tal vez, año nuevo. Le dicen que no, sólo para darle el gusto, jamás le dejan ganar una discusión y resisten con ingenio sus argumentos. Pues comprenden que entonces volverá, más pronto que tarde, intentando rebatir esos razonamientos. El perro del señor Antonio Jadizo viaja en ascensor a las terrazas más elevadas de la ciudad. Pasea por las cornisas que acostumbran los gatos y, (desobedeciendo el viejo refrán), ni ladra, ni muerde. Pega saltos de conejo cuando se encuentra con otros perros, conversa con las palomas de la plaza, aunque a veces les disputa las migas de pan. Se hace el muertito si le piden la pata, jamás duerme en la cucha y sólo mueve la cola para mostrar infelicidad. Y como no hay mascota que no se parezca al dueño que lleva al costado, cada vez que el señor Antonio Jadizo dice “¡Vamos para allá!”, su perro avanza hacia el otro lado.




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