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Mostrando entradas de enero, 2020

Juan Arancio

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Le ofrecen tinta, pero Juan pinta con arena de la orilla, con grasa de sábalo, con yerba usada. No cuenta cosas que ve, sabe cosas que cuentan sus pinceles. Él se ríe, todo el tiempo se ríe. Saluda con las mismas palabras a Chibiro y a Tribilín. Dice adiós del mismo modo a Europa, a Estados Unidos y a Buenos Aires. Él se queda en su casa, a charlar con sus litografías, dejando la puerta abierta, por si alguien gusta pasar… Juan Arancio 1931 - 2019

Sin palabras

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Al principio fueron los sustantivos. Es lo primero que desaparece cuando se pierde la identidad. Los sustantivos son las certezas sobre la que se apoya el mundo: mamá, papá, Luisa, Mónica, Alberto… Si yo ya no era quien era, ellos tampoco.  ¿Con qué cara digo “tía” si no es la hermana de mi mamá? ¿Con qué autoridad digo hermano, prima, cuñado? Y no te hablo sólo de los parientes directos… eso es más fácil de entender, te hablo de todos los sustantivos del mundo. ¿Cómo digo “perro” si mi perro ya no es mío? ¿Quién carajo es Sandokán, ahora? ¿No te das cuenta? Los sustantivos, comunes o propios, refieren a algo que les da sentido. Mi calle no es un héroe de la independencia, es mi calle. Pero si deja de ser la dirección en donde vivo, el nombre pierde valor. Ahora dudo hasta de la independencia. Después se disuelven los adjetivos. Nada puede ser bueno o malo sin un punto de referencia. Alto era medir más que mi tío. Gorda era la abuela. Simpático era Andrés. ¿Y ahora? Los verbos

Entrega de boletín

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La maestra ha convocado una reunión de padres para entregar el primer boletín de primer grado. Está fresca la mañana, pero la mamá tiene un abrigo muy finito, muy remendado, muy prolijo. Entra en el aula y busca reconocer un cuaderno, una mochila, un espacio en el pequeño mundo escolar. Identifica los útiles del hijo y se sienta en su silla. En el frente, allá lejos, la señorita habla de las expectativas de logro, del valor de los contenidos actitudinales y las metas para el próximo trimestre. Acá, la mamá revisa el cuaderno de su hijo. Redondea una “de” gigante, borra un tachado, completa un título y, aún así, parece escrito por su hijo. Descubre unos cálculos sin terminar. Son un grupo de palotes a un lado, y otro, del signo más. Líneas irregulares y desparejas a la espera del resultado. La mamá rellena el espacio vacío. Previamente suma en silencio, ayudándose con los dedos debajo de la mesa.

Once meses

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Queremos escucharla hablar y ella habla. Ella quiere creer que la entendemos y nosotros también. Son letras sueltas, sonidos de interferencia, sílabas unidas al tun-tun, o al pam-pam, o al ma-ma-maa. Señala y grita, y es casi humana. Imita el sonido de las palabras, la entonación de quién se descubre detrás de la tela “¡Acá está!”; de quién atiende el teléfono “¿Hola?”; de quien se malumorea “¡Uh, qué problema!”. Sabina es un espejo que deforma, que adapta, que interpreta. No repite. Es autónomo en muchos sentidos. Ve, observa, estudia, imita, acomoda y aprende. Uno se ve en ella sólo cuando ella quiere. Y nada es sin querer. Y nada es inocente. Sabe que sabemos y sonríe. “Los tengo” –uno cree que piensa. “Nos tiene” –decimos.

Como si no estuviera

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A la  Javierita le nació un hijo invisible. No hablo de esas que se ponen gordas y dicen que van a tener un nene y luego nada. A la Javierita le hicieron el parto y le sacaron un bebé invisible. Llora, toma la tema y hace lo que todos hacen, pero no se lo ve. A mi me lo deja los jueves, cuando va a la casa de una patrona que no soporta el llanto de los recién nacidos. Yo lo tengo en brazos todo el rato para no perderlo y cuando chilla le doy la mamadera que me deja la Javierita. ¡Hay que ver cómo toma! A veces una no le vasta y entonces le entretengo con cancioncitas de la radio. Los ojos puede que no vean nada, pero la nariz no miente. El bebé está ahí. Y el perro de la Betina puede decirlo también, (bah! ladrarlo), porque lo olfatea cada vez que entra a la casa. Javierita no dice mucho del padre, así que por ahora es sólo suyo. Igual no se lo dejaron anotar porque si no se lo ve no existe, dijo la señora de la ventanilla. Yo creo que es una señora vieja y fea y sin olf