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Mostrando entradas de noviembre, 2021

Mesa de luz

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Margarita se lleva una mesa de luz marcada. Alzada se la lleva. Ahora es suya, pero antes debió ser de alguien más. Alguien que la dejó parada/tirada en la vereda, junto a cajones sueltos, pedazos de madera, cartones. Le pareció bella. Antigua le pareció. También le pareció que la llamaba. Todo eso dirá, si le preguntan. Porque seguro le van a preguntar por qué llega de la calle con una vieja mesa de luz entre los brazos. La limpia. Piensa en lijarla. Pintarla, tal vez. Entonces descubre que tiene una aureola en la superficie. Clara, redonda, perfecta. ¿Un vaso? ¿Una taza? ¿La copa que olvidaron los amantes? ¿El agua que permite tragar las últimas pastillas? ¿Leche tibia para descongelar una cama inútilmente doble? ¿El recipiente donde la dentadura duerme? ¿Un café de espera? ¿El tilo de las nueve? Margarita tiene una mesa de luz sin pareja al borde de la cama. Antigua es, también bella. Por eso no necesitó ser pintada. Tiene una aureola que le cuenta una historia distinta cada noche.

El incidente

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Froilán estaba por clavar sus dientes en la manzana, cuando sintió que ésta se quejaba. “¡Eso me va a doler!”, dijo con mucha cara de enojo. Entonces Froilán se asustó, soltó la manzana, se tiró para atrás y se cayó de la silla. Pero la silla comenzó a retarlo: “¡Cuidado! ¿Quién te enseñó a sentarte?”. Le explicó, (de muy mal modo), que a ella le dolían las caídas, pues sus maderas podían romperse, corriendo el riesgo de quedar coja y olvidada en el cuartito del fondo. Ahí arrancó el piso: “¡¿Es que nadie va a pensar en mí?!”. Mientras contaba que los golpes sobre sus baldosas no resultaban gratuitos. “Con los años me voy resquebrajando y luego la humedad me afecta más”, declaró. Froilán no sabía si disculparse, salir corriendo o restregarse los ojos por octava vez. Pero los pantalones no le dieron tiempo. “A mi también me afecta el golpe”, exponiendo su punto de vista: “la tela se raspa, se hace más fina y finalmente se rompe”. Y ahí nomás comenzó una pelea con el piso, quien se sinti

Raíces

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Levanta sus raíces como falda y se va. “Hacia el mar”, dice. “Hacia el mar”, comentan en el bosque. Lo ven irse los habitantes de las ramas. Lo ven sus pares de madera. Con asombro, primero, con envidia, después. Cruza tierra arada, pueblo antiguo, ruta mala. Esquiva el cemento. De noche avanza, con un reptar de gusano. Imperceptible al ojo inquieto. Atraviesa revoluciones, independencias, países nuevos. Evita el aserradero. Ve envejecer al mundo, y el mundo lo mira hacerse viejo.  Y un día, al fin, entierra sus pies en la orilla y se deja estar. Absurdo en el paisaje, frente a los habitantes de la arena, en medio de la sal. “Vengo de lejos”, dice. “De lejos”, comentan las olas chocándose. Le preguntan dónde, cuándo, cómo. Con asombro, primero, con envidia, después.

Preciso momento

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La vida es un largo ensayo, para poder actuar en un preciso momento.  Dibujaba en las paredes y no lo hacía mal. Sí, lo hacía mal para la norma, la cal blanca, la madre que limpiaba. Lo hacía bien para las formas, fácilmente reconocibles, expresivas, en movimiento. Dibujaba en las hojas escolares y no lo hacía mal. Sí para la maestra y las matemáticas, no para los monigotes creados: múltiples, graciosos, caricaturescos.  Dibujaba en los márgenes del papel serio, en las boletas y en los boletos. Siempre lo hizo mal y dibujaba perfecto. Mal para el horario laboral, los amores que esperan, los hijos que parecen juzgar. Perfecto para sus fondos, cada vez más detallados, profundos, exuberantes. Sobre los que circulaban personajes plenos y palpables. Las paredes se blanquearon, los papeles se perdieron y las boletas se pagaron obligatoriamente. Por eso el día en que respondió al pedido: “¿Me hacés un dibujo, abuelo?”, no hubo fin. Desbarrancaron historias en trazos, completas en forma y fond