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Mostrando entradas de julio, 2022

El ladrón

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Algunos querían ser astronautas, otros superhéroes, artistas de la tele, quizás. Sólo los hijos de los médicos y los abogados soñaban ser médicos o abogados. Pedrito, en cambio, quería ser ladrón. Jugaba a los piratas, gritando “¡Al abordaje!” cuando nadie sabía lo que significaba esa palabra. Estudiaba los mejores lugares para ganar a las escondidas e inventaba rincones secretos en donde guardar pequeños tesoros. También le gustaba dibujar planos, con pasos y puntos cardinales.  Toda la vida se preparó para eso, como los médicos y los abogados se preparan para el más difícil caso. Por eso salió perfecto. Un boquete grande, un fin de semana largo, un sereno dormido. Una cifra de muchos ceros que, igual, se quedaba corta. Porque los bancos suelen decir que tienen menos de lo que tienen. Sin fallos, sin rastros, ni heridos. Tal vez recuerden haberlo visto en la tele o en los diarios.  Las madres de los médicos y los abogados, muestran fotos de sus hijos con diplomas. La madre de Pedrito

Brindis

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“No tiene razón”, piensa. Pero nada dice. Cuestiona el origen de la razón, las miradas de la realidad, el sentido de la verdad. En silencio cuestiona. “¿Cuál es el valor de la sinceridad?”, se pregunta y sonríe. Brinda.  Calcula la mitad llena, el costado agradable, las palabras buenas. Teme hablar y quedarse vacía. Y quedarse sola. Por eso sonríe y enmudece la duda: “¿Una omisión es una mentira?”. “¡Salud!”, recita y levanta la copa. “No es el lugar ni la hora”, se justifica. “¿Acaso es la persona?”. “¡Chin, chin!”, una vez más. Luego otra y otras.  Entonces lo nota, (cosa que suele ocurrir al combinar noche, alcohol y zozobra). La afirmación no es de forma, no es una cuestión menor, es más que decorado en el monólogo de los temas que poco importan. Ella subraya un detalle que es un abismo. Lo insinúa primero, después resulta imposible parar. Es ahora. Marca una línea que abre partidos. Una frontera capaz de engendrar nacionalismos. Sonríe, pero no hay marcha atrás. “¿Por qué la hones

Subí

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  Te llevo, y a vos también, y a vos, dice y habla para sí mismo. Recorre el camino cargándose, multiplicado. Es el que saluda al pasar, el que no pregunta direcciones, el que se queda a comer, el que se sube al viaje sólo a empujones. Avanza con paso torcido, como recién entrenado. Con paso chico, medio, adolescente. Con zancadas de apurado, con bastón, con pantuflas, con lentes. Se lleva porque no sabe dejarse tirado. Porque no quiere. Es la suma de lo que es y desconoce la magia para disimular algún porcentaje de sus genes. No puede peregrinar solo. Por eso se invita y se exige, se obliga a la ruta. Siempre pedaleando al ritmo de los carteles.  Un día llega. Abraza, esquiva, sonríe, cuestiona. Nunca se desdobla. No muestra la mitad segura. Es más que la porción permitida. Es mucho más. Es una multitud atrevida, inoportuna. Quienes abren la puerta, saben. Por eso saludan. Lo ven llegar y les dan la bienvenida.

Mérito

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Doña Delia silbaba camino a la fábrica, y al deslizar sus manos debajo de la máquina de coser, y al retirar el hilvanado, y al doblar las bolsas listas. Todavía silbaba en la cola de pago, aún sabiendo que cobraría lo mismo que debía dejar en el almacén para cubrir los gastos adeudados.  Su hija, la Señora Berta, tarareaba mientras preparaba la comida, mientras planchaba las camisas, mientras esperaba a sus hijos. Al regar las plantas, también. “Porque así crecen mejor”, decía. Su nieta, la niña Beatriz, salía en todos los actos escolares. Entonaba las estrofas del himno nacional y la marcha de la bandera. Cierta vez representó a la escuela en unos torneos intercolegiales. Ya que Bea hizo la secundaria, además. La bisnieta de la Doña Delia tuvo un título para colgar en la pared. Integró el coro universitario y trajo fotos de los lugares donde viajó. Después se recibió y trabajó en algo útil, porque las cuentas no se pagan solas. Su hija estudió piano y aprendió a tocar la guitarra. Sil