Brindis
“No tiene razón”, piensa. Pero nada dice. Cuestiona el origen de la razón, las miradas de la realidad, el sentido de la verdad. En silencio cuestiona. “¿Cuál es el valor de la sinceridad?”, se pregunta y sonríe. Brinda.
Calcula la mitad llena, el costado agradable, las palabras buenas. Teme hablar y quedarse vacía. Y quedarse sola. Por eso sonríe y enmudece la duda: “¿Una omisión es una mentira?”. “¡Salud!”, recita y levanta la copa. “No es el lugar ni la hora”, se justifica. “¿Acaso es la persona?”. “¡Chin, chin!”, una vez más. Luego otra y otras.
Entonces lo nota, (cosa que suele ocurrir al combinar noche, alcohol y zozobra). La afirmación no es de forma, no es una cuestión menor, es más que decorado en el monólogo de los temas que poco importan. Ella subraya un detalle que es un abismo. Lo insinúa primero, después resulta imposible parar. Es ahora. Marca una línea que abre partidos. Una frontera capaz de engendrar nacionalismos. Sonríe, pero no hay marcha atrás. “¿Por qué la honestidad -piensa-, siempre me deja brindando sola?".
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