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Mostrando entradas de junio, 2020

Certificado de existencia

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El colectivo llegaría una hora tarde, pero yo no lo sabía. Nunca había certezas sobre los horarios, por eso era costumbre esperar. No con desesperación, no con ansiedad. Esperar era parte del viaje. Todavía estaba en la terminal de ómnibus, pero ya no estaba en el pueblo. Ya me había ido en el colectivo que aún faltaba llegar. Además eran las dos de la tarde y el resto de los mortales dormía la siesta. Daba lo mismo mi ausencia o existencia. Esa es la verdad. Esperaba sentada en el único banco de la terminal vacía y el viento cálido acomodaba hojas secas acá y, luego, allá. De repente un remolino de panaderos interrumpió la calma. No vi desde dónde venía. No lo esperaba a él.  Incluyó las hojas secas que el viento clasificaba. Comenzaron a bailar en redondo, alrededor mío. Miles de panaderos peludos girando en una rotonda sin salida, (como toda rotonda que se precie de tal). Algunos escuálidos, persiguiendo su plumaje perdido. Mi cabello aceptó el convite, tímidamente.  Unos segundos,

Tupac Amaru

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Vuelve el brazo a unirse al tronco. Otra vez son dos las piernas. Se juntan cabeza y cuello, hombro y espalda, uña y dedo. Abandonan la pica expuesta, la soga alta, el centro de la plaza, donde fueron presentadas sus partes para escarmiento de otros cuerpos. Allí, no permanecen. Escapan como imanes, se atraen y se fusionan. Ensamblan lo concreto y lo inmaterial. Vuelven a ser hombre y a ser proyecto. Entonces tiemblan de miedo las coyunturas del imperio. “Ahora nos toca a nosotros”, piensan los culpables. Dislocados, desaparecerán los virreinatos, las capitanías, las gobernaciones. Mientras él vuelve a ser uno, ellos se fracturan, se desmiembran, se descomponen. Hasta las palabras del reino se desarticulan: ES - PA - ÑOL... Desde entonces, aquellos que se reúnen en secreto para enfrentar a cualquier tipo de imperio, usan su cuerpo como santo y seña. “¡Abran! Soy el brazo de Tupac Amaru”. “Aquí está su pierna”. “Ha llegado el ojo izquierdo”. “Déjenme pasar, soy su cadera”. El tobillo au

Paciente

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Morir de una vez y para siempre. Como final de fábula.  No a cuentagotas, no encerrado, no sentado esperando morir  de una vez y para siempre. Mira por la ventana el paisaje que hace años no pisa. El paciente de la habitación 524 no se ha muerto aún. Le traen el desayuno y esperan que coma algo para poder suministrarle los remedios. Esperan que coma, así, parados junto a él, como si fuera un animal al que están estudiado. Difícil tragar el té con leche en esas condiciones. Hasta el almuerzo pasará mirando los árboles de la plaza. Les mide las ramas, les cuenta los nidos, les habla a las flores. Una acaba de abrirse.  La flor nueva aún no se ha estirado del todo. Despliega colores frente al sol, desafiante. ¿Perfuma? Eso es algo engorroso de saber a tanta distancia, detrás de un vidrio. Surge, y ahí reside lo importante.  Cinco días más tarde los enfermeros se retiran con el desayuno terminado y los frascos de remedio vacíos. El paciente de la habitación 524 permanece , comentan. Lo dej

Juana

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-¿Por qué guerreamos, Manuel? - Por la Patria... Juana cierra sus ojos por última vez. Su mano cae del catre y toca el suelo. Ahora la tierra sabe de su muerte. Llega la noticia a las raíces de los árboles, sube por el tronco, se enteran las hojas y las flores. Corre por los caminos humanos y aquellos diseñados por insectos. Se enteraron ya en el hormiguero, en la colmena, en el nido.  Las nubes, empacadas, quieren quedarse a ver. A verla. Se asoman los vientos, caen rocíos antes que la noche. Hay un silencio de zumbido, de rebuzno, de relincho, de croar, de silbido. Todos lo saben, por eso esperan. Deben haber tenido razón aquellos que la llamaron La Pachamama. Es 25 y es fiesta patria en la ciudad. Mayo asoma ventoso y húmedo. Nublado. Aún así cuelgan banderines de colores, farolas, flores recién cortadas. Sale olor a comida guisada de las casas, entonan los que cantan, se entonan los que escuchan.  Las autoridades militares están de fiesta. “¡Por la patria!”, se brinda