Juana
-¿Por qué guerreamos, Manuel?
- Por la Patria...
Juana cierra sus ojos por última vez. Su mano cae del catre y toca el suelo. Ahora la tierra sabe de su muerte. Llega la noticia a las raíces de los árboles, sube por el tronco, se enteran las hojas y las flores. Corre por los caminos humanos y aquellos diseñados por insectos. Se enteraron ya en el hormiguero, en la colmena, en el nido.
Las nubes, empacadas, quieren quedarse a ver. A verla. Se asoman los vientos, caen rocíos antes que la noche. Hay un silencio de zumbido, de rebuzno, de relincho, de croar, de silbido. Todos lo saben, por eso esperan.
Deben haber tenido razón aquellos que la llamaron La Pachamama.
Es 25 y es fiesta patria en la ciudad. Mayo asoma ventoso y húmedo. Nublado. Aún así cuelgan banderines de colores, farolas, flores recién cortadas. Sale olor a comida guisada de las casas, entonan los que cantan, se entonan los que escuchan.
Las autoridades militares están de fiesta. “¡Por la patria!”, se brinda. “¡Por la patria!”, se responde. También se enteran. Porque les avisan, se enteran. Juana ha muerto y tiene una caja con papeles. Está escrito que es teniente coronel. Lo dice en letras y por tanto homenajes póstumos merece. Como cualquier teniente coronel.
“Nadie dice que no”, dicen. “Nadie dice que hoy”, explican. Urgen las fiestas. “¡Por la patria!”, se responden. “Por ahora será enterrada en una fosa común”.
“Por ahora” dura cien años.
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