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Mostrando entradas de diciembre, 2021

La visita

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El gigante va a visitar a su mamá. Cruza las montañas en siete pasos y llega a una casa chiquita. Porque la mamá del gigante tiene la misma altura que tu mamá o la mía, (hasta un poco menos, te diría). Ella lo espera con diez tortas, veinticuatro docenas de facturas, ocho kilos de bizcochitos y alguna que otra cosita hecha en el último minuto. Después le ofrece un café con leche que prepara en la olla grande donde, cada nueve julio, se cocina un locro para todo el pueblo.  El gigante desayuna y escucha las novedades que su mamá le cuenta. También responde a esas preguntas que hacen las mamás cuando nos ven de vez en cuando: ¿Comés bien? ¿Descansás? ¿Pasás frío? ¿Sos feliz? Luego se van a pasear por ahí, los dos juntos. El gigante pone a su mamá en la mano para que ella pueda ver mejor el pueblo, los árboles del camino, el lago lleno de patos.  A la tarde hacen picnic con frutas recolectadas en la excursión, (y los mil trescientos cuarenta y dos panqueques que preparó la mamá durante la

Navidad 1978

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Navidad es un árbol triangular pegado a la ventana. Una guirnalda hecha con diarios en checo. Una muñeca rusa procreando muñecas rusas que procrean nuevas muñecas rusas. Un país helado que calefacciona las veredas. Una tele que habla en otro idioma. El mismo vestido que usé para salir de la Argentina.  Navidad es una imagen en blanco y negro de cuando los tres éramos muy chicos. Un retrato de época, en una época de pocos retratos. Una foto en la que estoy en primera fila. No es sólo una cuestión de altura: yo decido ser el escudo. Quiero defenderlos, protegerlos de los días que vendrán y los días que ya se fueron.  Navidad es un recreo en el exilio.  Ah, además está Jesús y esas otras cuestiones que todavía no entiendo. 

Limpieza

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  La muerte está esperándola en la puerta, pero ella aún no ha terminado de lavar los platos. “¡Ya voy!”, le dice mientras agrega detergente a la esponja. No le parece prolijo dejar la vajilla escurriendo sobre la mesada, así que la seca y la guarda. La alacena, (acaba de descubrir), está completamente desordenada. Tal vez requiera unos minutos más, antes de partir. “Paso un trapito y salgo”, dice después, usando un diminutivo que no aligera el trabajo, pero simula acortar los tiempos. Saca el polvo de los adornos, repasa las superficies de madera, desbarata las telas de araña y, finalmente, lustra el piso con el lampazo. “Así, no nos vamos más”, piensa la muerte y entra para dar una mano.  Una barre las piezas, la otra cambia las sábanas. Una descuelga la ropa, la otra guarda frazadas. Una riega las plantas, la otra embolsa hojas secas. Una dice “ya está”, la otra aprueba con la cabeza. Entonces se van. A celebrar la prolijidad, la pulcritud, la paciencia. A celebrar se van, y se van

Atajo

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Le contaron de un atajo y lo tomó. Creyó llegar, así, más rápido al centro. Se encontró con un vecino observador que le dió indicaciones sin salir de su ventana. Más allá había una dama, que solía ser Mateo, que brindó precisiones más preciosas sobre cómo seguir el recorrido. Se topó con una fiesta y saludó al cumpleañero. Chicos, grandes, globos, música, gritos, torta y palitos salados. En la calle, a contramano, porque nadie tiene un patio grande, porque el que pasa ingresa, automáticamente, en la lista de invitados. A seguir lo ayudó el cobrador de la cooperadora del hospital, le indicó que al final podía hallar el camino. Justo al lado de un desvío, que los alumnos conocen, pues les para el colectivo, si ellos muestran el carnet. Allí unos grafiteros, que vaciaban aerosoles y botellas, le dibujaron una flecha para avanzar. Una evangelista con pollera le indicó exactamente, a dónde podía llegar. A la hora de la siesta, sólo un perro acurrucado en la sombra pudo darle directivas sile

Papel

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 “Para evitar cortar árboles”, dijeron, y pareció razonable. Fue por esos días que los libros de papel desaparecieron. Los ya impresos se cargaron de ácaros peligrosos para la salud. "Resultó necesario alejarlos", explicaron, y pareció prudente. Para leer estaban las pantallas, iluminando el interés de los lectores o el cursor de quienes escriben.  Después el tiempo pasó como pasa siempre: imperceptible pero certero. Convirtiendo novedades es costumbre, en ley escrita, en sentido común. El saber corría por venas electrónicas consumiendo la energía de aquel presente, de aquel futuro, y los siguientes. Por eso la primera noche de apagón fue un caos. La segunda también. Luego se descubrió que los gritos dolorosos no son útiles para ahuyentar sombras. Entonces las madres comenzaron a recitar cuentos, los adolescentes leyendas urbanas, las vecinas chimentos en rima y los viajantes descripciones plagadas de adjetivos. Alguien anotó en un papel lo que le acababan de decir, a fin de