Atajo
Le contaron de un atajo y lo tomó. Creyó llegar, así, más rápido al centro. Se encontró con un vecino observador que le dió indicaciones sin salir de su ventana. Más allá había una dama, que solía ser Mateo, que brindó precisiones más preciosas sobre cómo seguir el recorrido. Se topó con una fiesta y saludó al cumpleañero. Chicos, grandes, globos, música, gritos, torta y palitos salados. En la calle, a contramano, porque nadie tiene un patio grande, porque el que pasa ingresa, automáticamente, en la lista de invitados. A seguir lo ayudó el cobrador de la cooperadora del hospital, le indicó que al final podía hallar el camino. Justo al lado de un desvío, que los alumnos conocen, pues les para el colectivo, si ellos muestran el carnet. Allí unos grafiteros, que vaciaban aerosoles y botellas, le dibujaron una flecha para avanzar. Una evangelista con pollera le indicó exactamente, a dónde podía llegar. A la hora de la siesta, sólo un perro acurrucado en la sombra pudo darle directivas silenciosas moviendo su nariz. Y un amigo de lo ajeno le mostró, sin querer, por donde no ir. Celebrando pasó un grupo de hinchas que empujaba con su canto, avanzando hacia la avenida. Y desde allí aullaba una camioneta: estamos vendiendo, señora, estamos vendiendo bien. Mientras dos o tres fieles recorrían de casa en casa, llevando una virgencita que se aburría en la iglesia. Ahí se cruzó con un jardinero en bicicleta que se ofreció a alcanzarlo, siempre y cuando, colaborara con el peso de la bordeadora y sus tijeras.
Y así, finalmente, llegó. Ni sano, ni salvo, ni veloz. Comprendió con cada paso dado en el terreno, que ese atajo no apuraba los trayectos, sólo era una excusa para descubrir que el destino es lo de menos.
Una evangelista con pollera(entre otros) le hizo ver que el destino es lo de menos!
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