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Mostrando entradas de enero, 2022

Formas

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Se tira en el pasto a mirar el cielo. Busca formas en las nubes. Ve caballos, patos, bicicletas, termos de tereré. Cuando le dicen que debe levantarse sigue viendo cosas en las manchas verdes que quedan en la ropa.  Encuentra objetos, gente, animales, seres fanáticos. En la borra de la chocolatada, las salpicaduras de salsa, las aureolas del vaso helado, las migas dispersas del pan. No hay modo de aburrirse en la mesa. Tampoco en los caminos, donde las sombras muestras más de lo que sus amos piensan. El árbol proyecta formas de tortuga, de escarabajo, de miedo. El poste tiene sombra de termómetro, y no hay modo de ocultarlo. Las cúpulas arrojan perfiles de tetas, aunque la reten por decir eso.  Las grietas del piso marcan contornos. No adivinan el futuro ni envían mensajes de ultratumba, sólo juegan, dice. La humedad de la pared habla. La gotera del bidet. El tornasolado de la madera vieja. Los tres colores de las gatas.  ¿Qué hay acá?, pregunta el terapeuta mostrándole láminas de un t

Movida

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Salió movida la foto y es la única que existe de ellos dos juntos. Podrían ser cualquiera. Podrían no ser. Desdibujados posan para una imagen imposible. Fue un segundo en el tiempo. Y ni eso fue. Entonces ella escribe y recuerda. Pone en palabras el paisaje, el momento, los detalles. Los olores, la temperatura, el sol deseable del otoño. La aspereza del vestido, el rozar del pelo, la incomodidad de la pose.  Cuando llegan los hijos, los que vienen luego, esos que nacen más tarde, preguntan. De aquel encuentro sólo queda un retrato sin rostros y un relato de parte. Ahora ellos son un texto. Un perfil de adjetivos que muestra y esconde, que también permite moldearse a gusto del lector. Un poco más pálidos, más bajos, más bellos. Pueden ser cualquiera y tal vez no.  Alguien escribió una duda en la contracara de la imagen borrosa: “¿Qué nos muestra más cómo somos, una foto o una descripción?”. 

El ventilador

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El ventilador sueña ser hélice de avioneta, tal vez por eso imita sus sonidos. Sacude cosas de un lado a otro en su intento por levantar vuelo, por cambiarle la dirección al viento, por desbaratar nubes.  Pero está fijo en la tarde calurosa, en la pieza chica y mal oxigenada. Empuja papeles de la mesa, en su enojo de no ser. Despeina adornos colgantes. Hace temblar las fotos heridas de chinches. Protesta desde el motor, a buen volumen. A veces parece que se calla, pero es sólo para tomar impulso.  Ella quisiera ser aviadora, tal vez por eso colecciona fotos de lugares distantes. Sueña ver desde arriba el mundo, como para dibujar mapas a mano alzada. Cierra los ojos y pilotea un bramido de ventilador. Cruza el desierto en una nave descapotable. Se deja despeinar por un remolino del Sahara. Busca un húmedo oasis donde aterrizar sus deseos.  Pero está fija en la tarde calurosa, en la pieza chica y mal oxigenada. Hasta las seis y veinte, momento en el que termina su turno. 

La trenza

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Mi mamá tenía una trenza tan larga que le llegaba a la cola. Cada dos días la desarmaba para lavarla y luego la volvía a trenzar. Cuando destejía su pelo salían sonidos de río marrón, y más de una vez vi asomarse un dorado, un surubí, un bagre entre el oleaje del cabello. Desenredaba las madejas y los claveles del aire. Trasladaba nidos hacia otras ramas, para no despertar al benteveo, al biguá, a la calandria.  Tenía un brillo de arcilla, el que deja el agua cuando viene y se va. A veces sacaba una cana descarada o un hilo de caraguatá. Tejía, entonces, una yisca con reflejos rojos, negros, mate. De vez en cuando agregaba un verde camalotal. De esos que trae la bajante, con tigres que comen curas. Deshilachaba la noche, estrella a estrella, en la oscuridad de su pelo. Salvando las tres marías, en memoria de quienes llegaron por el puerto. Ya que el cielo nocturno era el único paisaje que los hacía sentir menos extranjeros. El abuelo italiano que ató sábanas para escapar, el español qu