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Mostrando entradas de abril, 2021

Sin entender

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Le cosquillea el pie, por eso lo sacude. Debajo del pupitre mueve el talón para allá y para acá. Ahora los dos. Primero hacia el mismo lado, luego en espejo. Las rodillas se le entumecen, entonces las separa y las une. Un charleston silencioso acontece en el inframundo de la mesa. Las manos se suman al festín. Bajan y taborean en los muslos. Es una balada conocida, seguramente si la cantara en voz alta el curso entero se sumaría. “Hasta el maestro”, piensa. Su cuerpo toma nota. De lo que sucede abajo, no del dictado que resuena en la clase. La cadera se balancea y los hombros no hacen fuerza para disimular el rebote que sienten. La espalda es un oleaje. “¿Te pica?”, pregunta el docente con cara de enojo. “No, me duele”, dice sin mentir. Le duele la silla, el escritorio, el aula y el dictado.  No es arrogancia ni temeridad. Su cuerpo ha dejado de responder a los mandos naturales. No entiende. Poco importa si le ordenan sentarse, estar quieto, permanecer erguido. Los músculos protestan a

Maqueta

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  Samuel termina la maqueta de la casa justo a tiempo. Ahora la dejará secar sobre el armario. Alto, para que nadie toque. Puede juntar los trozos de cartón que quedaron sobre la mesa, la plasticola, los lápices. Ya se sienten los aromas de la comida y mamá espera que termine, con el mantel en la mano.  “Cada espacio de la casa tiene una función”, dijo la maestra y habló del baño, provocando la risa general. Nombró el dormitorio, la cocina, el comedor y las habitaciones. Enumeró más lugares, pero creo que Samuel ya no escuchó. Con una caja armó dos piezas, les puso camas de varios tamaños, para repartir. Después recortó ventanas acá y allá. Un envase de salsa de tomate se convirtió en cocina y otro en comedor. Samuel terminó su maqueta agregando un balcón, un patio con plantas dibujadas y un galponcito atrás, donde guardar herramientas.  Después de la cena correrán la mesa y desplegarán los colchones. Hay que acostarse temprano para ir temprano a la escuela. Y mostrar, orgulloso, la ta

Radiografía

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No hay forma de salir bien en las radiografías. Siempre aparecemos chuecos. Movidos en el tiempo. Nos muestran algo que más tarde seremos: puro hueso. Ella la miró a contraluz, apuntando al cielo. La radiografía muda decía nada de lo que necesitaba saber. Cráteres lunares, humo de cigarrillo, manchas de lavandina. Cualquier cosa podía ser. Lo único claro era el sol. Bajo la placa opaca parecía tan pequeño. Un punto y aparte, huído de algún párrafo ahora infinito.  “¿Qué vemos?”, preguntó la hija desde abajo. Expresando con claridad que los ojos son los que ven, no los que entienden. “Ésta es la frente, el hueco del ojo, de la nariz, los dientes”, explicó ella mientras marcaba el contorno del cráneo con su dedo.  “¿Y esa mancha?”. “Es el sol”, respondió mamá moviendo la radiografía como mago: ahora se expande y enceguece, ahora lo atrapamos en una marca blanca sobre fondo negro. Un aro luminoso delante del hueso frontal.  “¿Qué vemos?”, preguntó mamá. Expresado con claridad que los adul

Domicilio

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Sesenta y siete personas tienen ese domicilio, pero sólo Manuel vive en la casa. El primero pidió permiso, es cierto. Después ya se hizo costumbre. Cada vez que se presentaban a un trabajo, se anotaban en un curso, enviaban un paquete o pedían comida para traer, daban esa dirección. Entonces se paraban a esperar en la puerta, en la puerta de la casa de Manuel “Porque atrás las calles no tienen número”, dicen. Atrás no entran. Una sabe llegar y sabe dar indicaciones: de Patricia para la izquierda, después del comedor, tres casas más allá del kiosco, debajo de la torre de luz. Pero los carteros no saben, no entienden. “Es complejo”, dicen, y dejan el paquete en la casa de Manuel. “Atrás” y “complejo” son dos palabras que suelen ir juntas. Los vecinos ya lo comprendieron. Una vez se quedó con una pizza que nadie fue a buscar. Bueno, también la tuvo que pagar. Otro día firmó una notificación judicial que casi lo metió en problemas. Y en una ocasión le trajeron una licuadora preciosa que er

SEPTIEMBRE

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Se llama Abril porque Septiembre era muy largo. Cada vez que su madre escribía Abril en el celular salían imágenes de flores y mariposas. Eso parecía ser un buen augurio. Un dato secreto que el mundo estaba ofreciéndole. Después descubrió que en el hemisferio norte, ese mes es primavera. Pero llamarla Septiembre resultaba incómodo, sobre todo. Extenso, raro y sexualmente ambiguo. Ya podía imaginar las bromas crueles que le harían por su nombre. ¿Para qué agregarle otro rasgo fronterizo a una vida en el límite? El sueño de la normalidad es el legado primero que heredan los del borde. Abril dibuja flores y mariposas sobre carteles de “Prohibido pasar”, después pasa. No respeta las calles de quienes no respetan su hambre. Primaverea sueños anormales en canciones cortas y escribe consignas largas en paredes ajenas. Abril no sabe estar sola. Si ríe, jamás lo hace frente a una pantalla. Aplaude cuando está feliz y besa cuando se enamora. Malos ratos también tiene. Poco ayudó tomar el nombre