Radiografía

No hay forma de salir bien en las radiografías. Siempre aparecemos chuecos. Movidos en el tiempo. Nos muestran algo que más tarde seremos: puro hueso.

Ella la miró a contraluz, apuntando al cielo. La radiografía muda decía nada de lo que necesitaba saber. Cráteres lunares, humo de cigarrillo, manchas de lavandina. Cualquier cosa podía ser. Lo único claro era el sol. Bajo la placa opaca parecía tan pequeño. Un punto y aparte, huído de algún párrafo ahora infinito. 

“¿Qué vemos?”, preguntó la hija desde abajo. Expresando con claridad que los ojos son los que ven, no los que entienden. “Ésta es la frente, el hueco del ojo, de la nariz, los dientes”, explicó ella mientras marcaba el contorno del cráneo con su dedo. 

“¿Y esa mancha?”. “Es el sol”, respondió mamá moviendo la radiografía como mago: ahora se expande y enceguece, ahora lo atrapamos en una marca blanca sobre fondo negro. Un aro luminoso delante del hueso frontal. 

“¿Qué vemos?”, preguntó mamá. Expresado con claridad que los adultos no son siempre los que entienden. “No es el sol”, se oyó desde abajo. “Es una idea escapada de la mente”.

Epílogo: Las buenas ideas brillan como el sol, se expanden al mirarlas de frente y salen bien en todas las radiografías. 


 

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