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Mostrando entradas de enero, 2021

Adelita

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  Si Adelita se fuera con otro, quién mi cuerpo y mis calzones cuidará, quién cocinará al regimiento, quién por las noches me ha de sanar… Soldaderas, rabonas, bomberas, adelitas… esas que van detrás. Enamoradas de sus hombres y de la causa, son la retaguardia de la ilusión. Están cuando ellos vuelven, para remendar heridas o celebrar victorias. Están cuando ellos faltan, para disparar en batalla o apalear malandras. Disfrazadas de mujeres pueden espiar sin ser vistas. Fingen no estar y no están. Para el enemigo no están, tampoco para los cronistas patrios. No figuran en los partes de guerra, ni en los listados de cobro, ni en los registros de bajas, ni siquiera en el inventario de recursos. Pero alguien carga los petates, las frazadas, los hijos, las municiones, la fe de existir y el testimonio de haber contribuído. Ellas son las que, al final, confirman el nombre del muerto. En los bordes del relato arman campamento, despliegan fuegos, guisan aromas. Zurcen uniformes y espantos, porq

El faltante

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El viento sacudió la cortina y eso despertó al gato. El gato desplegó la cola empujando suavemente la pelota azul. Ésta rodó por las baldosas hasta detenerse en un charco de mermelada donde un grillo se había empantanado unos segundos antes. El choque expulsó al grillo de la ciénaga dulce, lo que terminó de convencerlo sobre el desatino de su andar por el interior de la casa. Retrocedió, entonces, buscando el patio mientras dejaba unas huellas acarameladas. En el camino atravesó una hilera de hormigas abstraídas que fueron incapaces de alterar su recorrido ante el paso dulzón del grillo. Salvo una, que dudó un momento, rompió la fila y olfateó las pisadas con mermelada. La oveja negra, digo, la hormiga negra no se reveló a su especie sino que estableció una bifurcación que desandaba la ruta hasta el charco pegajoso. Allí reagrupó fuerzas, montó una base y estableció nuevas tareas e itinerarios. Fue en ese preciso instante que una partícula de chocolate cambiaría sus destinos.  Primero

Establecer los olvidos

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Los otros escaparon hacia el puerto. La América es larga, dijeron, resulta imposible no hallar costa. Aún con los ojos cerrados se llega. Con embarcación endeble se llega, con pasaje barato, reputación incierta, o bolsillos vacíos.  Él permaneció donde había nacido. Porque alguien se queda. Siempre alguien se queda. Para contar la historia que recuerda, mantener el apellido bien escrito, pagar el cementerios de los padres y esquilar las fotos que no se han perdido.  Nunca supo la suerte de los otros, no ha buscado. Tampoco ellos volvieron, ni enviaron cartas. Se los tragó el agua o en la orilla opuesta se dieron por renacidos. Para el caso es igual. Son sólo el espacio faltante de un álbum antiguo. Vendimos la casa del abuelo de mamá. Regalamos los muebles, tiramos los colchones descosidos. Donamos sus libros, vaciamos los cajones, hallamos pocas fotos, y extraños escritos. “Lo peor de quedarse es estar a cargo de establecer los olvidos”.

Altura

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Robé monedas, me ofrecí a cortar el pasto y olvidé entregar los vueltos. Para el fin de semana ya había juntado lo necesario. Calculaba que podría subirme a siete juegos, por lo menos. No sabía hasta cuándo estaría el parque en el barrio, así que hice buena letra de lunes a viernes y el sábado pedí permiso. Autitos chocadores, sillas voladoras, el gusano y las tazas locas. Pero estaba reservando lo mejor para el final. La vuelta al mundo era tan alta que llegaría a ver el patio de mi casa desde allá arriba. Seguro que también alcanzaría a reconocer el puerto, los edificios del centro, la ruta. Tenía que averiguarlo y me puse en la cola. Recién entonces noté el cartelito de altura. Una línea horizontal junto a una regla, separando a quienes tendrían la fortuna de subir, de aquellos que sólo recibirían la humillación de permanecer afuera. No iba a explicarle al señor de los tickets que lo mío era lentitud en el crecimiento y no inmadurez. Así que me fui de la fila. “Yo también tengo mied