Adelita

 


Si Adelita se fuera con otro,

quién mi cuerpo y mis calzones cuidará,

quién cocinará al regimiento,

quién por las noches me ha de sanar…


Soldaderas, rabonas, bomberas, adelitas… esas que van detrás. Enamoradas de sus hombres y de la causa, son la retaguardia de la ilusión. Están cuando ellos vuelven, para remendar heridas o celebrar victorias. Están cuando ellos faltan, para disparar en batalla o apalear malandras. Disfrazadas de mujeres pueden espiar sin ser vistas. Fingen no estar y no están. Para el enemigo no están, tampoco para los cronistas patrios. No figuran en los partes de guerra, ni en los listados de cobro, ni en los registros de bajas, ni siquiera en el inventario de recursos. Pero alguien carga los petates, las frazadas, los hijos, las municiones, la fe de existir y el testimonio de haber contribuído. Ellas son las que, al final, confirman el nombre del muerto.

En los bordes del relato arman campamento, despliegan fuegos, guisan aromas. Zurcen uniformes y espantos, porque son la última cara que sueña ver un soldado herido. Ganar la batalla es volver para sentarse un rato a su lado y conversar de cualquier cosa que permita soñar otro destino.



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