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Mostrando entradas de agosto, 2020

altoparlantes

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Cruza la siesta vendiendo y comprando. A toda voz. Le habla a la señora, a una señora, a esa señora. No sé bien a quién le habla, pero me despierto yo. Cuaja la siesta y resulta imposible seguir después. Hay un vecino que junta piedras. Otro, insultos. Pero no lo ven y el del camión no puede salir herido ante ellos. Es un fantasma que sólo está aquí por la señora, para la señora. Quiebra la siesta de cristal y jamás se entiende lo que vende, lo que compra. Tal vez son almas. Quizás deba recaudar para pagar una culpa, para recuperar una vida, para salvarla a ella. Sí, a la señora.  No salgo a buscarlo, como han hecho otros. Sé que es inútil. Es invisible al enojo. Una leyenda urbana, de ciudades donde aún hay vendedores con altoparlantes y hombres que sueñan que duermen la siesta. 

Ramón (dibujo de Sabina)

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Ramón lee en la orilla. Le gusta sentarse sobre la arena, dejar que el sol lo entibie y el viento marino agregue sal a su piel. Las olas son el fondo musical de todas sus historias. Navegan los tres chanchitos, la cenicienta, Caperucita y los lobos. Para Ramón un bosque de cuento suena como agua rompiéndose en la costa, salpica espuma y huele a pescado. Distraído, enrolla la cola en el faro. Pero no lo hace con maldad, es como quien dibuja mientras habla por teléfono o se come las uñas al mirar la tele. El faro no lo sabe y por eso pone cara de susto y hace ojitos de luces en pleno día, pidiendo ayuda a los barcos que pasan por el lugar. Ramón sacude la punta de su cola para un lado y otro. No se nota de lejos, pero tiemblan los huesos de ladrillos y crujen y gritan socorro. Si el cuento aburre, Ramón bosteza y sale fuego, por eso gira un poco la cabeza (de lo contrario quemaría el libro). A veces chamusca un arbusto o una sombrilla. No mucho más. Estas pequeñas cosas han estropeado la

Grito

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Quiero gritar.  Inflar los pulmones hasta cambiarle el talle al pecho y dejar salir un grito que no tenga fecha de vencimiento. Que se aflojen las mandíbulas en el impulso y el aire brote caliente, hediondo, hiriente. Quiero escapar por la boca y dejar caer el cuerpo vacío detrás de mí, como envoltorio inservible sobre el suelo. Me gustaría dar vida a un huracán entre los dientes para escupirlo sobre la faz de la tierra. Porque es importante que se enteren. Urge que todos sepan mi dolor. Es preciso, perentorio y vital que el grito llegue. Arrase, desmantele, despedace y estropee. Que el vacío apocalíptico les muestre la nada que ha quedado en mi interior.  Quiero gritar hasta que el mundo se acabe y acabarme en el grito que lo desintegró. Ser un alarido de viento capaz de mover dunas, reubicar ciudades y mezclar los vivos con los muertos en un mismo tornado. Me gustaría (realmente me gustaría) transformarme en aullido eterno, redondo, ciclónico, huracanado y desbastador. Eso quiero. Pe

Liberen al tema

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“Tema libre”, dijo el maestro y el tema saltó por la ventana. Corrió por el patio lo suficientemente rápido como para remontar vuelo y lograr pasar por encima del alambrado. ¿Por qué será que todas las escuelas tiene alambrados, murallas o rejas? ¿Temen que deserten los temas? (pensó el fugitivo sin trabarse entre tantas tes). “No, no soy un fugitivo -reflexionó más tarde-, me dieron la libertad para irme y me fui”. Sumó altura cruzando las nubes, las transparentes y las más oscuras. Y de repente el tema de vistió de “ESTADOS DEL AGUA”. Frenó de golpe y cambió de dirección, porque venía un avión de trompa muy seguro de su recorrido. “Yo me llamo vuelo 745”, dijo al pasar, “y yo, MAGNITUDES DEL MOVIMIENTO”, respondió quien se había quedado quieto. Pero no llegó a encariñarse con el título, porque ahí nomás empezó a notar que caía y caía, (sin tiempo para preguntarse por los fenómenos físicos que estaba desatando). En ese instante podía ser colocado, más bien, bajo la carátula de “SINÓNI