El faltante



El viento sacudió la cortina y eso despertó al gato. El gato desplegó la cola empujando suavemente la pelota azul. Ésta rodó por las baldosas hasta detenerse en un charco de mermelada donde un grillo se había empantanado unos segundos antes. El choque expulsó al grillo de la ciénaga dulce, lo que terminó de convencerlo sobre el desatino de su andar por el interior de la casa. Retrocedió, entonces, buscando el patio mientras dejaba unas huellas acarameladas. En el camino atravesó una hilera de hormigas abstraídas que fueron incapaces de alterar su recorrido ante el paso dulzón del grillo. Salvo una, que dudó un momento, rompió la fila y olfateó las pisadas con mermelada. La oveja negra, digo, la hormiga negra no se reveló a su especie sino que estableció una bifurcación que desandaba la ruta hasta el charco pegajoso. Allí reagrupó fuerzas, montó una base y estableció nuevas tareas e itinerarios. Fue en ese preciso instante que una partícula de chocolate cambiaría sus destinos. 

Primero coordinaron acciones para expulsar a una cucaracha atrevida que deambulaba investigando desde dónde se había desprendido aquella pizca de chocolate. Más tarde treparon por las patas de la mesa hasta dar con el origen preciso de la migaja deliciosa. Y, finalmente, las hormigas instauraron un régimen de ida y vuelta desde la bandeja de los bombones hasta vaya uno a saber dónde.  

Fue muy bueno que yo apareciera en ese momento y pudiera detener tamaña empresa, evitando el desgranamiento progresivo del postre. Sin embargo, parte del mal ya estaba hecho. Una verdadera pena...

dijo Camila, para explicar el faltante de un bombón en la bandeja. Mientras apretaba un pirotín en su puño y limpiaba restos de chocolate con la lengua. 


 

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