Papel

 “Para evitar cortar árboles”, dijeron, y pareció razonable. Fue por esos días que los libros de papel desaparecieron. Los ya impresos se cargaron de ácaros peligrosos para la salud. "Resultó necesario alejarlos", explicaron, y pareció prudente. Para leer estaban las pantallas, iluminando el interés de los lectores o el cursor de quienes escriben. 

Después el tiempo pasó como pasa siempre: imperceptible pero certero. Convirtiendo novedades es costumbre, en ley escrita, en sentido común. El saber corría por venas electrónicas consumiendo la energía de aquel presente, de aquel futuro, y los siguientes.

Por eso la primera noche de apagón fue un caos. La segunda también. Luego se descubrió que los gritos dolorosos no son útiles para ahuyentar sombras. Entonces las madres comenzaron a recitar cuentos, los adolescentes leyendas urbanas, las vecinas chimentos en rima y los viajantes descripciones plagadas de adjetivos.

Alguien anotó en un papel lo que le acababan de decir, a fin de no olvidarlo después. Otra persona leyó lo escrito y creyó ver lo que las palabras contaban. Un tercero garabateó ideas en el margen. Corrió entonces de ojo en ojo, sumando frases, versos, opiniones, notas de fe. No le llamaron libro, (no se detuvieron a darle un nombre, en realidad). Fue por esos días, fue con esos modos, que el miedo a la oscuridad resultó vencido por un papel.

                         


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