Limpieza

 

La muerte está esperándola en la puerta, pero ella aún no ha terminado de lavar los platos. “¡Ya voy!”, le dice mientras agrega detergente a la esponja. No le parece prolijo dejar la vajilla escurriendo sobre la mesada, así que la seca y la guarda. La alacena, (acaba de descubrir), está completamente desordenada. Tal vez requiera unos minutos más, antes de partir.

“Paso un trapito y salgo”, dice después, usando un diminutivo que no aligera el trabajo, pero simula acortar los tiempos. Saca el polvo de los adornos, repasa las superficies de madera, desbarata las telas de araña y, finalmente, lustra el piso con el lampazo. “Así, no nos vamos más”, piensa la muerte y entra para dar una mano. 

Una barre las piezas, la otra cambia las sábanas. Una descuelga la ropa, la otra guarda frazadas. Una riega las plantas, la otra embolsa hojas secas. Una dice “ya está”, la otra aprueba con la cabeza.

Entonces se van. A celebrar la prolijidad, la pulcritud, la paciencia. A celebrar se van, y se van de fiesta. Mañana amanecerán con alta graduación de alcohol en sangre y un tatuaje compartido, en sus respectivos oficios de limpieza.


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