Tupac Amaru

Vuelve el brazo a unirse al tronco. Otra vez son dos las piernas. Se juntan cabeza y cuello, hombro y espalda, uña y dedo. Abandonan la pica expuesta, la soga alta, el centro de la plaza, donde fueron presentadas sus partes para escarmiento de otros cuerpos. Allí, no permanecen. Escapan como imanes, se atraen y se fusionan. Ensamblan lo concreto y lo inmaterial. Vuelven a ser hombre y a ser proyecto.

Entonces tiemblan de miedo las coyunturas del imperio. “Ahora nos toca a nosotros”, piensan los culpables. Dislocados, desaparecerán los virreinatos, las capitanías, las gobernaciones. Mientras él vuelve a ser uno, ellos se fracturan, se desmiembran, se descomponen. Hasta las palabras del reino se desarticulan: ES - PA - ÑOL...


Desde entonces, aquellos que se reúnen en secreto para enfrentar a cualquier tipo de imperio, usan su cuerpo como santo y seña. “¡Abran! Soy el brazo de Tupac Amaru”. “Aquí está su pierna”. “Ha llegado el ojo izquierdo”. “Déjenme pasar, soy su cadera”. El tobillo ausente, la otra oreja, el dedo que faltaba, la última vértebra. “Estamos completos” -dicen los que bien conspiran. Se miran, se miden, se cuentan. “Ya somos Tupac Amaru”.



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