Paciente





Morir de una vez y para siempre. Como final de fábula. 

No a cuentagotas, no encerrado, no sentado esperando morir 

de una vez y para siempre.


Mira por la ventana el paisaje que hace años no pisa. El paciente de la habitación 524 no se ha muerto aún. Le traen el desayuno y esperan que coma algo para poder suministrarle los remedios. Esperan que coma, así, parados junto a él, como si fuera un animal al que están estudiado. Difícil tragar el té con leche en esas condiciones.

Hasta el almuerzo pasará mirando los árboles de la plaza. Les mide las ramas, les cuenta los nidos, les habla a las flores. Una acaba de abrirse. 

La flor nueva aún no se ha estirado del todo. Despliega colores frente al sol, desafiante. ¿Perfuma? Eso es algo engorroso de saber a tanta distancia, detrás de un vidrio. Surge, y ahí reside lo importante. 

Cinco días más tarde los enfermeros se retiran con el desayuno terminado y los frascos de remedio vacíos. El paciente de la habitación 524 permanece, comentan. Lo dejaron espiando el mundo que sigue sin él. 

La flor nueva ya no lo es. Ahora se encorva marrón hasta que el próximo viento la desprenda. Cumplió su ciclo y uno diferente da inicio. Si el destino de la carrera fuera desaparecer, ella hubiera triunfado. Pero nos enseñan otra cosa, nos hacen creer que durar es la victoria. Te gané, dice mirándola, el paciente que no se ha muerto aún. 


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