El incidente

Froilán estaba por clavar sus dientes en la manzana, cuando sintió que ésta se quejaba. “¡Eso me va a doler!”, dijo con mucha cara de enojo. Entonces Froilán se asustó, soltó la manzana, se tiró para atrás y se cayó de la silla. Pero la silla comenzó a retarlo: “¡Cuidado! ¿Quién te enseñó a sentarte?”. Le explicó, (de muy mal modo), que a ella le dolían las caídas, pues sus maderas podían romperse, corriendo el riesgo de quedar coja y olvidada en el cuartito del fondo. Ahí arrancó el piso: “¡¿Es que nadie va a pensar en mí?!”. Mientras contaba que los golpes sobre sus baldosas no resultaban gratuitos. “Con los años me voy resquebrajando y luego la humedad me afecta más”, declaró.

Froilán no sabía si disculparse, salir corriendo o restregarse los ojos por octava vez. Pero los pantalones no le dieron tiempo. “A mi también me afecta el golpe”, exponiendo su punto de vista: “la tela se raspa, se hace más fina y finalmente se rompe”. Y ahí nomás comenzó una pelea con el piso, quien se sintió ofendido ante tamaña afirmación. “Mi suelo es muy suave, no tendría que rasparse nada”. “Eso sería al principio, -replicó el pantalón-, ahora sos una piedra silvestre”. En ese instante se metió el escobillón, que parecía dormido junto a la puerta: “¡Momentito! que yo todos los días hago mi trabajo y dejo las baldosas como espejo”. Pero el espejo no estuvo de acuerdo con esa comparación, por eso respondió enseguida. “Espejo es quien refleja la verdad, no quien la empuja hasta debajo de la alfombra”. Como las cosas estaban subiendo de temperatura, Froilán interrumpió con una pregunta: “¿Todos ustedes sienten?”. 

Se oyó luego un mutismo incómodo, una risa forzada y una tos de distracción. Finalmente la lámpara del techo sentenció: “No Froilán, sólo es un chiste que te estamos haciendo”. Y terminó la frase con un tono que parecía de reto, más que de diálogo. Como cuando las madres mandan a callar a sus hijos delante de las visitas. 

Froilán volvió a interrogar, en varias oportunidades, al escobillón y al espejo, pero sólo obtuvo un silencio de objetos. Así que terminó catalogando el incidente como producto de sus sueños. Aunque (acá, entre nosotros) desde aquel momento, Froilán camina muy suavemente sobre el piso, se sienta con delicadeza y evita ensuciar su pantalón… por las dudas.


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