Nombre


 Salta desde su mesa y trepa sobre el pequeño armario del aula. Luego pasa a la estantería, se para en la más alta y vacía. Su peso de cuarto grado todavía es soportable para la repisa, aunque se abomba con cada paso que da. Eso desespera más a la maestra, que le grita, y hace reír a sus compañeros, que sólo perciben los ademanes sobreactuados de equilibrista torpe. 

Entran la vicedirectora, el portero, la bibliotecaria. Los trajo el ruido, los alaridos pidiendo que se baje, las risas fuera de recreo. “¿Quién es?”, pregunta una de las recién llegadas. Otra se encoge de hombros. “Se sienta en el fondo”, dice un alumno en el frente. “Es el repetidor”, agrega una chica. “Nunca hace nada”, sentencia el tercero en opinar. 

La maestra debe buscar al equilibrista en el listado. Duda y mira: “este es aquel, este es ese, y este…”. Entonces aúlla un nombre mientras mueve la mano desde las alturas al piso. La orden es clara, contundente, reiterativa. El aprendiz de acróbata detiene su acto, se sienta en el estante que da cuenta de su peso. Mira el grupo variado: los entretenidos, los exaltados, los realmente molestos. Finalmente dice: “Bueno, por lo menos ahora saben cómo me llamo”.



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