En el medio


Me acostaba en el medio de la cama grande, entre mamá y papá. Porque el tiempo de mirar tele era divertido, el espacio de ser tres era bueno, el momento de estar juntos, a veces, resultaba breve. Sentir el roce en mis brazos, en uno y otro, de una y otro, era el nivel máximo de seguridad. Nada malo podía pasarme ahí. Por eso, casi siempre, me quedaba dormida. Al crecer fui achicándome en el espacio. En la mitad de la cama, digo. Cómo si me hiciera más larga y más fina. Ya no me gustaba tocarlos con el brazo. Sentía que podían adivinar mis pensamientos con el tacto. Y no quería que supieran que estaba creciendo, y mis intereses iban diversificándose. Para inculcarles el hábito de la siesta me acostaba en el medio, entre mi hija y mi hijo. En la cama grande. Contábamos cuentos con muñecos, con palabras al azar, con recuerdos. Sentir el roce en mis brazos, en uno y otro, de una y otro, era el nivel máximo de felicidad. Nada malo podía pasarnos ahí. Tal vez por eso, finalmente, nos quedábamos dormidos. Mis hijos se alargan y estiran, evitando el contacto. Nunca supe qué pensaban, pero ahora entiendo que no quieren que sepa. Crecen y se alejan. Seguramente están diversificando sus intereses.




 

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