El cuerpo


Hablan de él en tercera persona, y es correcto. Pero lo hacen como si no perteneciera a una persona. Marcan con fibra por dónde cortarán. Aquí, dice un doctor. Acá, señala una enfermera. Es como una peca, explica la especialista que tatúa una señal, donde más tarde irá el rayo. Es como una picadura, miente el practicante que aún no controla el temblor de sus manos. 
Hablan encima el cuerpo, como si fuera un lugar donde apoyar los codos para desarrollar una charla de sobremesa. Cuentan su vida, sus quejas, sus deudas, el tiempo fugaz que la ocupación les deja. A veces, efectivamente, apoyan un codo, un escalpelo, una tijera.
Tocan con un dedo, con dos, con cuatro. Aplastan, empujan, miden, aprietan, estiran. Avisan, se disculpan, también están los que explican. Pero el cuerpo sigue siendo de plástico. Ajeno, distante, poco humano.
Curan, dicen y es correcto. Pero lo hacen como si la envoltura pudiera prescindir de la persona que está dentro.



 

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