telefonos

Antes los teléfonos se ligaban. De vez en cuando, raras veces, es cierto. Por mal tiempo, mal servicio o malas intenciones. Aunque se marcaran bien los números, sin errar uno, era posible no llegar a destino. Preguntaba, entonces, por Fernando y respondía Raquel. Una mujer de tono herido y palabras urgidas, buscando una farmacia de turno.
Ahora los teléfonos te siguen, te acechan. Inventan cosas para que no puedas dejar de mirarlos. Llaman automáticamente y, a veces, automáticamente se equivocan. Los desconocidos que atiendo sólo hablan de ofertas. Por eso corto sin producir sonido, temo que cualquier respuesta comience a generar una deuda. 
Aún en el colectivo suenan. Y están los que cuelgan, los que atienden, los que en voz alta cuentan. A mi me gusta sentarme junto a la ventanilla para observar a las personas que van del lado de afuera. Imaginar que llegan tarde para siempre o son felices un par de segundos. Busco rostros conocidos, parecidos, levemente absurdos. Tal vez alguien que merezca llamarse Raquel y haya encontrado a tiempo una farmacia de turno. 


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