Encauzar el llanto


En tiempo de tutoriales, tips y “hágalo usted mismo”, vaya un consejo concreto para dolores abstractos. Se sugiere encauzar el llanto por canales lacerantes pero conocidos, a fin de agotar la instancia del goteo más temprano que tarde. 

Ante un signo profundo de tristeza (originado, pongamos el caso, en amores malos, fe perdida, vacantes a corto plazo o ausencias definitivas), opere de la siguiente manera: busque una vieja película lúgubre, un libro cruel o una anécdota punzante. Una historia escrita con el dedo regodeándose en la llaga podrida. Una excusa, en definitiva, para llorar sin reglamentos, sin modestia, con causa socialmente admitida. Y derramar, entonces, la humedad que se atora en los huesos, romper los diques que construye la prudencia y desbarrancar los mocos que siempre quedan fuera del rodaje. Hasta crear ríos salobres y reponer el agua faltante en los heridos mares.

Sólo de esta forma se podrá amanecer con la piel reseca, los ojos abotargados y la fe necesaria para apostar de nuevo. Al caballo que sepa ganar o perder, lo mismo da. La deshidratación salada permite creer, y cualquier promesa es mejor que nada. 

Si en una vez no se llegase a la respuesta deseada, se puede repetir la operación dos o tres veces. No más. Tiene la vida contados los días, como para emplear tantos en encauzar el llanto hacia océanos de causas perdidas.


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