La Chacha


Vista de afuera parece una vieja. Rezongona a ratos, chinchuda siempre. “Confunde”, dicen, cuando vecindea con muertos y ausentes. El resto del tiempo mira hacia los Llanos, como quien espera ver venir.

Fue expulsada de la Historia con el mismo impulso que su hombre abandonó el cuerpo. No tuvo más opciones él: separaron cabeza de tronco, tronco de suelo. No tuvo más opciones ella: con grilletes la hicieron barrer las migas federales que aún quedaban en el norte.

Después ya no hubo razones. Para ella, digo. Ya no hubo. Se vistió de vieja enojona, sólo para evitar las miradas.

Porque cuando no hay testigos se quita la piel arrugada, el manto que cubre la herida en su cara. Se quita los trajes que le dejaron, la mortaja y monta en cuero sobre un caballo desnudo. Da órdenes a los gritos y reúne una montonera, salva al Chacho de alguna embestida traicionera. Y se van juntos a celebrar por esos recodos que sólo ellos conocen.

Un día de estos se le va olvidar volver y alguien enterrará su disfraz vacío, creyendo que da sepultura a Victoria Romero. 


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