ESTATUA


Lo de permanecer quieta es lo de menos, hay cosas peores en el oficio de ser estatua. 

Conocida es la labor de las palomas, pues su mala prensa las precede. El viento, la lluvia, el granizo, por otra parte, se limitan a cumplir funciones. Y el efecto corrosivo del progreso es un derivado ya sabido del apetito humano. Pero no hablo de eso.

Tampoco de los cambios de gobierno que las llevan, las traen, las esconden o las pulen para renovarles el brillo. Ni siquiera me refiero a los derribos que a veces la historia provoca con sus deconstrucciones. 

Ser estatua no es trabajo sencillo. Soportan nidos, burlas, pequeños imitadores. Avenidas, subterráneos, carteles, pintadas con aerosoles. Placas que desaparecen llevándose su biografía, para ser fundidas por enemigos políticos o hambrientos ladrones. 

Lo peor es soportar estoicamente la guerra del tiempo y despertar un día con el mote de “adorno”, pues ya nadie es capaz de recordar su nombre. 




 

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