Para decir
Tenía tantas cosas para decir que amontoné palabras en ambos puños. Después me puse a limpiar el lugar (para escribir mejor), y terminé la tarea que debía (para estar más libre), y cumplí con las promesas hechas a aquellos que quiero (para sentir menos culpa), y acomodé las cuentas que martirizaban mi economía (para salvarme del peso de los acreedores). Entonces preparé la hoja en blanco y, frente a ella, solté los puños repletos de historias. Pero debieron haber caído cuanto tomé el escobillón, o cuando completé el trabajo o cuando conté billetes. Porque sólo tenía dos manos cansadas que narraban la vida en líneas y arrugas, pero no en palabras.
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