que no estés

La mejor parte de que ya no estés, es que puedo hacer cualquier cosa con tus recuerdos.
Los acomodo a mi gusto. Los releo y los retoco, sin oír tu voz diciendo: no fue así
Saqué de los cajones fotos viejas, las puse al sol para disimular el olor a humedad y las clavé en los portarretratos.
Te elegí joven, desenfocado, con los ojos bizcos. Todas esas imágenes que me hacen reir. Las que nunca fueron pensadas para lucirse en los estantes, compartiendo espacio con libros y piedras. 
Acomodé la ropa que dejaste por orden alfabético: calzones, camisetas, medias, pantalones, sacos. Después me di cuenta que la categoría que les correspondía, en realidad, era “abrigos”, pero ya estaba ocupado el primer nivel del armario.
Cociné frito, tomé mate con azúcar, desayuné en la cama, escuché Vivaldi, pisé la toalla y no me puse zapatos en todo el día. Desde ahora son cosas que te encantaba hacer, cuando nadie te veía.
Tus mapas son excelentes individuales. Plastificados, coloridos y entretenidos. Puedo marcar el recorrido que hicimos de Villazón a Sucre, de Cochabamba a La Paz, de Puno a Cuzco. Vos llevabas una cámara que siempre he querido y esa mochila que jamás usamos. Una de las fotos puede ser de ahí, pues parecen montañas las sombras del fondo.
Como no dejaste cortinas, dibujé monigotes en las ventanas. Pasé a las paredes. Seguí en los azulejos. Terminé sobre unos cuadernos tuyos que acabo de estrenar. Ya formé una colección entera de tu autoría. Historietas de aventuras, homicidios, romances y luchas políticas. 
Tu firma secreta sólo yo la se. Si algún día querés conocerla, podés venir a preguntar.


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