Abstinencia

A los cuarenta y cinco días de nacida terminó la licencia de maternidad. Comenzó, entonces, su institucionalización educativa. Guardería, jardín, primaria, secundaria, universidad. Cuando dejó de ser alumna pasó a trabajar como docente. La escuela no fue su segundo hogar, ES su columna vertebral. 
Hace seis meses que no está frente a los alumnos. Las vacaciones de los estudiantes se fusionaron con la cuarentena obligatoria y el aula aparece sólo en sueños. Recurrentes imágenes que se alejan y se esconde, un laberinto de pasillos que impiden llegar al pizarrón, chicas y chicos de espalda alejándose indefectiblemente. 
Anoche se encontró en una sala de profesores. Un poco pequeña para todos los docentes que parloteaban. Algunos rostros pudo reconocer: colegas de entonces y de ahora, esos que le enseñaron a ella, aquellos que le hubiera gustado tener, y unos cuantos extras llenando el espacio. Sonó el timbre del fin del recreo y cada profesor tomó sus cosas para dirigirse a su aula. Ella salió al patio a fin de averiguar qué salón le correspondía. Todas las puertas posibles quedaban a la vista, por eso resultaba sencillo notar que los cursos se encontraban ocupados. A diestra y siniestra las aulas tenían dueños. Respetando el tono posesivo que tiene el sistema escolar: “mis alumnos”, “mi salón”, “mi libro de temas”.  
Volvió a la sala de profesores para leer el horario. Intentaba saber su turno, su división. Descubrió, así, que la materia que ella dictaba ya no formaba parte del cronograma. Por alguna razón había sido suprimida. No tendría posibilidad posesiva de volver a utilizar el pronombre mi nunca más dentro de una institución educativa.
Entonces despertó. El silencio oscuro nada indicaba sobre el tiempo y el espacio. Un gallo lejano. Un auto rompiendo el aislamiento social. Un despertador sonando sólo por costumbre.


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