Arbolito

Arbolito le dicen porque de lejos su cabello da forma a ramas de un árbol flaco y chico. Es árbol ranquel que ve y escucha, que espera. En el alboroto de una batalla de blancos contra blancos, reconoce al asesino. Un alemán contratado por Rivadavia para limpiar el desierto, a fin de que parezca más un desierto. Es coronel del ejército argentino y le pagan por extinguir ranqueles.

Entre varios lo bolean y lo matan. Pero en la historia hay lugar para uno solo y uno solo entra. Con lanza vengadora entra, para que quede claro que “matar es lo único que saben, esos”. Después se van a divertir un rato con la cabeza del alemán, pero ya serán blancos piadosos y no indios brutos los autores.

Cuando los caminos se lleven al ranquel árbol, se acabará su paso por el mundo escrito en castellano. Una estela de palabras chedungún contarán otras cosas, pero el viento hispano ya no sabrá escuchar, ya no querrá entender. A los huincas les interesa la tierra para “usarla bien”, dicen. Usarla hasta que el suelo se vuelva esteril y olvide su razón de ser.


La profecía anunció que habría sombras y silencio. Y hubo. Que los nietos negarían tres veces sus raíces. Y negaron. Pero luego llegaría un día de junio, (cuando el sol comienza a vencer la noche lentamente), y la ronda daría forma a una celebración nueva. En tierra de ranqueles recompondrán el calendario, y ha de crecer un árbol chico, flaco y despeinado. 



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