Titiriteando

El titiritero no ve la cara de su público. Escucha risas y gritos, indicaciones para huir del malvado o directivas, fuertes y claras, de enfrentarlo. Una chica avisa al protagonista de la historia que está a punto de caer en una trampa. Otro intenta distraer al embustero con preguntas. Responde el titiritero fuera de libreto. Tarda en descubrir que no es un oyente perdido en la trama, sino un salvador que busca desbaratar el infame plan. 

Al final sale y saluda. Apropiándose descaradamente de los aplausos. Es claro que las ovaciones no son para él. Es a los títeres a quienes piden “¡otra!”, a quienes quieren ver.

Luego reparte los personajes entre los espectadores. Saca figuras nuevas. Algunos tienen las manos tan pequeñas que no logran darle movilidad a los muñecos vacíos. Entonces aparecen las marionetas. Hablan todos juntos, se enredan los hilos, chocan las cabezas de papel maché y están los que pierden algún accesorio. Nada puede ser más divertido. 

Hay una pequeña con la vista fija. Mira y se deja mirar por el títere que sostiene. Ambos esperan. Su mano se ha vestido de personaje, pero ha quedado inmóvil. El titiritero la ve sola. “No sé qué le pasa” -responde ella. “Parece que no funciona”.



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