Prohibido pisar


Como el césped de las plazas, que se llama “césped” porque no se puede pisar. Los pies descalzos, la pelota improvisada, el picnic de medio tiempo se apoyan sobre el “pasto”, que es real. Así es el camino que ves por las noches: agua iluminada por la luna avanzando hacia un final. Pero se hunde si pisás, se estira cuando intentás nadar.
Mucho antes de las avenidas brillantes, los caminos con faroles y los senderos del fuego, estuvo la luna. Invitando al viaje, estuvo. Marcando el trayecto, digo. Las noches de luna llena salís, sin lluvia ni nubes, salís. Su luz de espejo roba un trozo de día y lo ofrece como faro. “No debe ser en vano”, pensás. 
Imposible apoyar los pies en ese camino, pero el camino está. De olas y luna fue construido, y te llama. Escuchás su voz decir tu nombre. Habla y se hace entender. Promete que será fácil, que será corto, que será. Pero es césped prohibido. Agua que te traga, pescadores que te mandan de vuelta, orilla que se aleja al verte avanzar.
Bailás la espera, lo se. Contás calendarios de estrellas y medís la distancia que hay entre los sueños y la tierra. “Una de estas noches”, pensás. “Una de estas noches el mar se convierte en pasto y me lanzo a correr peloteando la luna, sin detenerme, hasta el final”. 

 

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