Aquí y ahora


Aquí y ahora

Aquí, 1861

“Aquí, -dice el hermano señalando el piso-, en este mismo lugar, había un cementerio de indios”. Ella levanta los pies y se acurruca en la cama, como alejándose lo más posible del suelo. Él sigue relatando detalles de muerte y descuartizamiento. “Son brutos, feroces, caníbales”, explica. Mamá ha dicho que son salvajes y llegan en malones para arrasarlo todo.

Finalmente se amuchan bajo la frazada y escuchan, por falta de sueño. Hay chicharras, sapos, zorros. Nada extraño. Pero también hay sonido de caballos. Lejanos. Como preparándose para venir. Zapatean el piso, relampaguean en el horizonte y se anuncian con olor a sangre. Los hermanos esperan aterrados. 

La noche trae relinchos de indio y los bordes del mundo civilizado se encogen.


Ahora, 2021

Ahora se ha cortado la luz. No es raro en noches calurosas: los aires acondicionados bajan a dieciocho, las heladeras se abren incansablemente y los ventiladores vetustos hacen saltar los transformadores del barrio. 

Los dos se acurrucan en la misma cama porque tienen miedo. Sin luz, los sonidos son más puros. Hay grillos, pájaros, ranas. Todo asusta. Pero nada produce más pánico que las motos cruzando el silencio. Disparando desde los caños de escape. Mamá ha dicho que son delincuentes. Roban, golpean, disparan. Huelen a humo y guiso. Por eso los hermanos se tapan la cabeza. Tiemblan. 

La noche trae aullidos de motos y los bordes del mundo seguro se encogen.




 

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