La hiladora
En el año 1908 Lewis Hine recorrió fábricas y talleres de los Estados Unidos documentando el trabajo infantil. Fotografió las banquetas que les permitían llegar a las manijas más altas, las delgadas manos pasando entre los filos, sus pesos ligeros haciendo equilibrio sobre obesas máquinas. Mostró los pies descalzos, la ropa leve, la piel joven, los callos vetustos. También había (porque siempre hay en estos casos) risas picaronas, ojos impetuosos, dientes asomados y posturas realmente desafiantes.
Pero hay una foto en particular que me asusta. Una pequeña hiladora que fija la vista en el frente. Disciplinada y firme. ¿Tiene seis, ocho años? Su delantal desalineado, su pelo sucio y sus brazos pegados al cuerpo. Se puede adivinar el mandato del fotógrafo: porque él disfruta retratando rostros, porque busca dimensionar su tamaño de niña junto al bastidor industrial, porque Lewis Hine suele pedir: “mira a la cámara”. Ella, además de una trabajadora de poca altura, es una mujer que ya sabe cómo responder la solicitud de un hombre. Por eso obedece, con cuerpo y alma.
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