Arcilla

Antes de hoy, transitaron miles de personas, además animales, y vientos y lluvias. Por eso la arcilla sabe (los que se quedan siempre saben). Reconoce la huella apresurada, la exhausta, la que sólo va de ida. Identifica la humedad del llanto, del sudor, de las heridas. Sabe de comida abandonada, cruda, quemada, venenosa. Y aquella que cruzó aún con vida.   

El agua del cielo trajo novedades de lejos, que dejó caer. El agua subterránea conserva sus secretos. El viento despeinó las piedras, desintegrándoles la fortaleza. Pariendo arcilla, polvo, o arena. Los vuelos migratorios agregaron algo, también. 

La alfarera, entonces, hunde las manos en el suelo y sabe lo que toca (las manos siempre saben). Reconoce la historia. Pide permiso para darle nueva forma. Acceden los que entienden, callan los que no aprueban. Ella disuelve, revuelve, tuerce, oscurece y cuece. Pero no resulta un pinocho reclamando piel y mortalidad a su padre. Surge una pieza silenciosa que sabe toda la cronología de la humanidad (pues el silencio siempre sabe).



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