Origami

Un dragón de papel no puede escupir fuego, es una cuestión de supervivencia. Éste escupe cálculos matemáticos, por ejemplo. Cinco sextos, más ocho tercios, menos nueve medios, todo al cubo, más diez sextos. Sigue un rato, después despliega sus alas cuadriculadas y salta sobre el sacapuntas, abandonando las operaciones combinadas.

Se niega a la oscuridad cavernaria de la cartuchera, por eso busca altura. Trepa a la cima de la montaña, instalando allí su cuartel de lucha. Enfrentará a la serpiente azul, al cocodrilo de doble filo, al pirata con pie de mina. Ganará a veces. A veces se sentirá perdido. Se niega a ser el malo, pero no le han dado tiempo a elegir otro destino. 

De lejos llegan las voces del pueblo. Hablan sobre su malicia, su rareza, su pésimo comportamiento. No se defiende, levanta vuelo. Habrá un lugar tranquilo más allá, piensa. Pero sigue en guerra con nuevas figuras fantásticas. Hasta que toque el timbre y se vacíe el aula. Hasta que el murmullo se aleje, llevándose los últimos ecos de la clase de matemática.






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