La parte honda
La tía trepa por la escalera y se tira de cabeza al cielo. Al principio la perdemos de vista, pero al rato sale a flote y saluda con el brazo extendido. Nosotros gritamos su nombre, provocamos un revuelo de primos y sacamos fotos. Ella nada entre el oleaje que da forma a las nubes. Dos o tres brazadas concentradas y asoma la cara para respirar. Eso le permite, también, ver por donde va. Evitando chocarse con aviones, globos aerostáticos o estrellas diurnas.
A veces llena los pulmones y busca profundidad. Intenta tocar el fondo más oscuro o un satélite en desuso, quizás traerse algo de basura espacial. Después emerge con urgencia de aire, acomoda su pelo mojado y nos sonríe desde lejos. Marca una estela de nado y podemos seguir sus pasos. Saber, más o menos, a dónde mirar.
Una VE de pájaros la cruza y ella se zambulle detrás. Se une al ascenso sincronizado como sirena de viento, dice alguien. Como unicornio de mar. La vemos alinearse al grupo y alejarse, perdiéndose entre los peces de vuelo.
Tal vez mañana o pasado llueva y la tía baje camuflada de gota. Podrá, así contarnos qué se siente al bucear en la parte más honda del cielo.
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