No es Penélope

Marta espera en el andén y no es Penélope. Gastó sus últimos pesos en un boleto que no va a llevarla a lo de Ulises. Tiene frío y prisa y cansancio. Ha perdido el humor para toda metáfora literaria, por eso no le hablo. Busco con ella en el punto de fuga alguna luz que sugiera movimiento. Dos horas antes rompió un regalo en la puerta de la cumpleañera. Se quedó mirando el piso húmedo, la botella de licor quebrada y sus pantalones desgarrados en las rodillas, mientras la dueña de casa nos invitaba a pasar. Hace tres horas olvidó la cartera en el probador por un par de segundos, jura. Es probable que fueran unos cuantos minutos, porque al volver había desaparecido. “No tenemos cámaras en ese sector”, le dijeron. “Conozco un lugar donde me van a fiar un buen licor, para no caer con las manos vacías”, respondió ella. Cinco horas atrás el jefe le pidió que se quedara un rato más pues el local aún estaba lleno de gente. Tenía previsto ese tiempo para comprar el regalo, igual asintió con la cabeza. Después pensó en ir directamente al negocio de ropa a probarse una campera, estaba segura que eso le gustaría a la cumpleañera. Hoy, a las seis y media de la mañana, antes de salir de casa, Marta seleccionó las mejores fotos de la infancia que compartía con Vero. Le pareció que en la celebración aquel gesto sería divertido. También guardó en la cartera buena parte de sus ahorros, para así poder elegirle algo lindo. Ahora acaban de anunciar la suspensión de la última formación de la noche. Se me ocurren miles de chistes, pero nada digo. Permanezco con ella mirando las vías, como si un tren mágico y desobediente pudiera surgir de repente y salvar el día.

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